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El Dakar destruye la Flora y la Fauna con su paso

A la luz de la controversia llegó el momento de discutir si el actual modelo de prueba está agotado; desde el cuidado del ambiente hasta las inhumanas condiciones para los pilotos. Los efectos nocivos sobre la flora y la fauna fueron un tema de discusión en la Argentina y en otros países. Piedra del Molino, Salta. Punto más elevado de la Cuesta del Obispo: 3300 metros de altura. Motos y cuatriciclos, parte de la caravana, se detienen ante una alcantarilla.

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“Dakar=corrupción”, “En Parques, Dakar es ilegal”, rezan un par de banderas instaladas a ambos lados del camino. Es el ingreso en el Parque Nacional los Cardones y los guardaparques impiden momentáneamente el tránsito. Cuando se reúnen suficientes máquinas, camionetas de la administración de Parques ponen en marcha al frente de la caravana, que a no más de 50 km/h y sin abandonar jamás la ruta, recorren los 26 kilómetros que la prueba impone sobre terreno protegido. Por una vez, burros y guanacos resultan más potentes que los caballos de fuerza.

El Dakar arrogante se transformó así, por algunos minutos, en uno penitente. Pero no duró mucho. Trabajadores del Parque denunciaron que el Volvo N° 385 tripulado por holandeses y el VW N° 392 del francés Hirigoyen “atentaron contra la integridad física de tres guardaparques que cumplían su función en el puesto de control, embistiéndolos; más adelante burlaron también el control policial, ubicado dentro del parque nacional”.

La actitud de los guardias –el lunes pasado, cuando se ponía en marcha la segunda parte del Dakar 2015– fue la medida más evidente de rechazo a la competencia en todo el territorio argentino. Acabó siendo un reclamo simbólico para la adopción de la misma indiferencia que Chile y Perú exteriorizaron este año por la prueba. Si antes de comenzar la versión 2016 los mismos organizadores hablaban de la necesidad de reinventarse, parece haber llegado el momento de debatir si no es éste ya un modelo agotado.

“El Dakar está agonizando, es una cuestión de tiempo”, opinó el biólogo Raúl Montenegro, presidente de la Fundación para la Defensa del Ambiente (Funam). “Han hecho estragos en África y cuando es expulsada de África, ingresa en América latina y es recibida por países que permiten cosas que los franceses no les permiten hacer en Europa” declaró a La Gaceta, de Salta.

Aquellas imágenes de multitudes reunidas al borde de los caminos para asistir al tránsito de la caravana son parte del pasado. Las escuálidas filas de entusiastas en la llegada en Rosario suscribieron la evidente caída de interés.

Ni siquiera las listas de competidores reflejan los ardores del pasado. La cantidad de participantes descendió este año un 12 por ciento: de 406 en 2015 a 354; faltaron chilenos y peruanos, pero también europeos que sienten que el espíritu del Dakar se extravió en América del Sur. Sin embargo, también es falso aseverar que en Africa quedó, olvidado, el romanticismo: se corría todavía allí cuando el Osservatore Romano, el diario del Vaticano, reclamó la suspensión de una carrera inhumana. “Una carrera que muchos consideran un evento deportivo en realidad tiene poco que ver con una sana competencia”, editorializaba en 2007.

La conciencia de que el Dakar es un juego peligroso, que daña la naturaleza y que también mata, se ha extendido entre los comunes. Este año no falleció ningún competidor, pero la cuenta fatal no se detuvo y ya llegó a 64 con la muerte de un espectador en Bolivia. Pudo haber sido mucho más escandalosa tras el accidente colectivo del prólogo en Arrecifes, cuando la piloto china Guo Meiling se despistó tras tomar sin pericia un salto, accidente que provocó momentos de angustia, pero afortunadamente ninguna víctima fatal.

Aquella cifra es terrible, pero mucho más horror causa saber que la mayoría de los fallecidos no eran pilotos ni participantes –los que en definitiva debieran conocer el riesgo, aunque muchos los desdeñan–, sino inocentes que se acercaron atraídos a la ruta y pagaron un alto costo por esa curiosidad.

Con su acción, los guardaparques de Los Cardones atenuaron el efecto nocivo sobre la fauna y la flora del lugar; también reclamaron las sanciones correspondientes a la organización “por el sobrevuelo del Parque Nacional (prohibido por ley nacional N° 26.389) con tres helicópteros el día previo al paso del rally”. Pero la suya fue una muestra de racionalidad que no encontró suficiente eco o respaldo.

La jefa del Patrimonio Mundial para América latina y el Caribe de la Unesco, Nuria Sanz, manifestó su preocupación por “los impactos muy negativos que pudiera sufrir todo el potencial maravilloso de los ecosistemas y territorios arqueológicos intactos en Perú, Chile, la Argentina y otros sitios”. En el pasado, el Dakar afectó 283 sitios arqueológicos y paleontológicos en territorio chileno; en Perú, las líneas de Nazca fueron dañadas por el paso del rally en 2013; Ecuador rechaza desde hace años propuestas de paso del Dakar por su territorio, lo cual les impide a los organizadores aprovechar el interés de Colombia. En zonas de La Rioja o Catamarca, las huellas del paso de los grandes camiones han persistido durante años.

Que los pilotos conozcan sus límites no los pone a salvo de la exigencia. Ofrecerse a los efectos de la altura, de la deshidratación, del cansancio extremo, se paga a veces demasiado caro. Cinco pilotos fallecieron desde que el Dakar desembarcó en este continente en 2009; de 2012 a 2015 murió un motociclista por cada prueba. La amenaza del calor impiadoso llevó a los organizadores a recortar sistemáticamente las etapas de esta versión; vehículos con refrigeración, que transportan agua helada para repartir entre los participantes en los tramos más desérticos del rally, también son utilizados como cámaras de recuperación: los pilotos las utilizan para bajar la temperatura corporal y poder continuar el calvario algo más aliviados. No se puede dejar de advertir cierta lógica perversa en el arreglo.

“Antes era una aventura por varias cosas. Era todo muy diferente de ahora, que es mucho más comercial”, opinó Franco Picco, el italiano de 60 años con tres podios en moto en la década del 80 y que este año se decidió a probar el Dakar sudamericano. “Los pilotos duermen en hoteles. Yo prefiero quedarme en mi carpa. Ya estoy acostumbrado. Hasta me pongo a dormir al lado de mis mecánicos mientras ellos trabajan.” Le llamaron la atención los vivacs cercanos a los aeropuertos, los stands de merchandising, los invitados ViP, el marketing: “Eso en África no se veía… Esto es un gran negocio”.

Hace 30 años que Thierry Sabine, artífice de esta moderna cruzada mecánica, fue devorado por su propia creación. “El rally siguió porque Thierry así lo hubiera querido”, dijeron en su momento. Nadie puede saber qué habría dicho Sabine sobre este rally insensible y destructor; tampoco habría sido el indicado para evaluar el grado de sensatez de su continuidad.

Un día antes de arribar a la meta, el director del Dakar, Etienne Lavigne, sugirió que la prueba está acorralada en Sudamérica: no le resulta sensato regresar a África y se ve obligada a permanecer en esta zona del planeta. ¿Quién sabe? Quizá sea tiempo de asumir la fortaleza en la negociación y aplicar las conclusiones de ese debate que se reclama.

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