Reflexión
Tras conocerse el caso de la violación grupal en Palermo, volvió a quedar en evidencia que el consentimiento es un aspecto central en todos los vínculos y relaciones. “Si no hay consentimiento, es violación”, podía leerse en un cartel pegado en el frente de la casa de uno de los violadores.
Cada vez que, en una relación, una de las partes avanza sin tener en cuenta la voluntad de la otra persona, se está vulnerando su consentimiento, como si su voluntad o su deseo no importara. Esto puede verse claramente en situaciones relacionadas con la sexualidad, pero también puede extenderse a otros planos, como el económico o el familiar, por citar algunos ejemplos. En síntesis: nadie está exento de vulnerarlo.
En los últimos años –sobre todo a partir de la marcha organizada por el colectivo Ni una menos en 2015– cobró preponderancia esta dimensión, que busca romper con la cultura del “no es sí” y que es clave a la hora de analizar si una relación es saludable. Sin embargo, la conciencia acerca de que la voluntad de una mujer no puede ser vulnerada es bastante reciente y no cala en todos los sectores por igual.
«Cuando hablamos de consentimiento, estamos hablando, esencialmente, de una pregunta. Cuando alguien le hace una propuesta a otro, debe mediar algún tipo de pregunta para saber si la otra persona está en línea con lo que se está proponiendo. La respuesta puede ser verbal o no, pero uno tiene que estar atento a esa respuesta. A veces, uno supone que conoce a la otra persona y da por sentado ciertas cosas, pero en realidad no está escuchando lo que quiere, desea o necesita”, explica Aníbal Muzzín, psicólogo especializado en violencia familiar.
Los referentes remarcan que este acuerdo mutuo debe renovarse ante cada nuevo acto. “Se consiente cada práctica de forma independiente entre sí, es decir, yo puedo dar un beso de forma consentida, pero eso ya no abre la puerta para que el otro avance sacándome la ropa o teniendo relaciones sexuales”, puntualiza Nayla Procopio coordinadora de la Red Nacional de Jóvenes y Adolescentes para la Salud Sexual y Reproductiva, que depende de la Fundación para el Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM).
Procopio remarca algunas pautas básicas del consentimiento: “Se renueva cada vez, es decir, que haya dicho que sí una vez o en una ocasión, no deja instalado un sí para siempre. Es reversible, puedo arrepentirme, no querer, o decir que sí y luego que no, cuando quiera y eso debe ser respetado. Es explícito y consciente, esto tiene que ver con derribar el mito de que ‘el que calla otorga’, que un no es sí, o que las mujeres dicen que no por histeriqueo o para hacerse desear. También es importante entender que no hay consentimiento si la persona está inconsciente o bajo el efecto de alcohol u otras sustancias”, explica.
Por lo general, la barrera del consentimiento se transgrede en situaciones de asimetría de poder. “Hoy sigue habiendo parejas en las que el comportamiento esperable para la mujer es decir que sí al que tiene el poder del hogar, porque tiene el dinero y, si me deja, la familia se desarma. En contextos así, es un riesgo pedir consentimiento porque está la opción de que la otra persona me diga que no y es preferible no darle lugar al no porque: ‘Vos sos mía y yo tengo ganas. Si no tenés ganas, buscalas en donde sea’. Esa es la lógica que impera”, agrega Muzzín, quien coordina la Red de Equipos de Trabajo y Estudio en Masculinidades (Retem).
En ese sentido, Procopio destaca que, cuando hay una asimetría de poder, no hay consentimiento posible. “Por ejemplo, cuando se dan relaciones sexuales entre chicas menores de 13 años y varones varios años mayores que ellas, o cuando hay una asimetría de poder”, enumera.