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Murales tapados por pintadas políticas

Desde la fundación Lola Mora se fustigó la actitud de Néstor Bosetti y Tere Madera de pintar leyendas políticas sobre murales artísticos callejeros. Lo califican de ‘Mamarracho’ y piden debatir la correspondencia de estos espacios públicos «para que estos el paisaje urbano efectivamente nos pertenezca a todos». ¿Insistirán los políticos en destruir el arte callejero?.

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Por Manuela Calvo

Mientras celebrábamos la evolución del paisaje urbano con el estreno de un nuevo mural en la ciudad de La Rioja, increíblemente otro mural estaba siendo borrado. Tras los dos atentados que sufrió Acción Poética La Rioja, esta vez fue el turno de una obra a cargo de Rosario Casulli Villacorta, quien coordina un grupo de jóvenes artistas que van por el noveno mural en el marco de un programa que financia el gobierno. De esta manera se configura un tercer nefasto episodio en el que las campañas políticas usurpan obras que decoran nuestra ciudad para reiterarnos un nombre. Y no podemos dejar de preguntarnos si la tercera sera la vencida, o esto es un indicio de una horrible tendencia.

En las notas anteriores dábamos por sentado de que estábamos preparados para evolucionar en los debates sobre la estética que anhelamos para nuestra ciudad, pero evidentemente nos equivocamos y hay algunos problemas aun mas urgentes. Ante la reiteración de semejantes aberraciones tendríamos que empezar por conciliar como sociedad al menos dos cosas: preferimos una ciudad que se llene de ideas en lugar de nombres propios, y una buena idea no necesita borrar otra.

Ante algunas cosas que leímos en redes sociales, cabe la reflexión, por un lado de que cuestionar las iniciativas que están copando el espacio publico con este tipo de obras, así el cierre del debate en la condena al portador del nombre propio no resolvería ninguno de nuestros problemas. Pero peor aun es caer en frases como «arte vs. propaganda» o «pegatinas vs. murales» ya que esos reduccionismos terminan en tristes saldos.

Hablar de propaganda, es hablar de aquella comunicación que tiene por objetivo influir en la actitud de una comunidad respecto de alguna causa o posición, esto no solo implica el caso de quienes tienen alguna propuesta que busca ser elegida, sino también la de muchos de los movimientos sociales que buscan copar nuestras calles con sus reclamos e ideas. Absurdo seria condenar el uso del espacio publico para este tipo de comunicación, pero no es para nada tonto reclamar respeto de los espacios ocupados por ideas ajenas, sobre todo cuando particulares las cedieron con ese propósito, así como reclamar que todos tengamos consideraciones estéticas respecto el paisaje urbano en el momento de hacer uso de este.

Ahora bien, hablar del arte callejero es un tema amplio y complejo. Por un lado tenemos el modelo siqueirano del artista ciudadano, que se refiere al desbordamiento de la práctica artística y la política, con el fin de articular la producción de textos, imágenes, dispositivos de propaganda para el activismo. Los muralistas despuntaron paralelamente en política teorizando la función del artista dentro del campo social. Pero no todas las obras de la calle buscan convencer o moralizar. Hablar de arte en el espacio publico también significa considerar aquellas obras concebidas para lugares compartidos e ideas que nos unan. Tiene que ver con relatos en común, con contenidos que nos identifiquen colectivamente, y muchas veces la propaganda implica necesariamente fragmentacion, entonces cabe profundizar este debate para que el paisaje urbano efectivamente nos pertenezca a todos.

Debemos reparar que al momento de inmortalizar iconos propagandísticos, lejos estamos de Jim Fitzpatrick o Shepard Fairey, y lo que sucede actualmente con las pintadas, cualquiera fuese el nombre propio, es un mamarracho que nos afecta a todos. Por eso, mas allá de cualquier intento de legitimación, es hora que logremos algunos pequeños consensos juntos antes de que el espacio publico se convierta en terreno de nadie.

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