No se puede detener la primavera
Los sistemas de opresión mantienen alineadas las ideas para un mejor control de sus miembros. Así funcionó nuestra Universidad por décadas, donde se consideraba que la participación política era una pérdida de tiempo. La expresión de alguna ideología o pensamiento, era normalmente autocensurada para poder encajar en una comunidad en la que se iba estrictamente a estudiar, trabajar o dar clases. Cualquier compromiso social manifestado era acallado rápidamente. Esto no solo ocurría con la complicidad de aquellos que gobernaban la institución, sino por aquella idea inercial, instalada en la comunidad de que quienes tenían el poder jamás podrían ser reemplazados. Hasta los pocos que éramos oposición desde siempre, creíamos que aquella ilusión era la única realidad, y si bien nos arriesgábamos a desacomodar pequeños espacios, no aspirábamos a grandes conquistas.
Pero algo cambió hace 3 años. La pasión de una juventud movilizada que se sintió dueña de su espacio y contagió su valentía para desafiar al Status Quo reinante, despertó esperanzas y expectativas de toda una comunidad. Mientras pocos arreglaban la reorganización de la estructura de poder en la universidad a merced del esfuerzo de otros, una generación de estudiantes aprendía la lección más importante de su vida: unidos por ideas compartidas, superando sus diferencias y organizando esfuerzos, eran capaces de modificar cualquier realidad, incluso aquella que parecía invencible. La libertad y la construcción colectiva empezó a reinar en los pasillos, tal vez con mucha más inocencia que la requerida para prosperar en un proceso así, pero de ninguna manera ingenua. Nuestra esperanza estaba centrada en esa nueva generación que se mostraba incorruptible y era capaz de hacer grandes sacrificios para combatir injusticias.
¿Y luego que pasó?
La traición de aquellos en quienes confiaron, la frustración de promesas rotas, la impotencia de perder batallas y derechos que creyeron adquiridos, volvieron a instalar la ilusión de que nada podría ser diferente. Los más aguerridos vieron como algunos compañeros de lucha se sometían a cambio de algún cargo o beneficio, otros desertaron y muchos seguían ahí, pero simplemente dejaron de creer en todo lo que los unía. Pero lo que aprendimos en todo este proceso es directamente proporcional a las convicciones que nos mueven. Los que no abandonamos la lucha por aquella universidad que alguna vez soñamos juntos, aprendimos que los cambios profundos y duraderos no se dan de la noche a la mañana. Que aquella construcción colectiva a la que aspiramos lleva años, voluntades, mucho esfuerzo, pero por sobre todo no caer en la trampa de que nos vuelvan a hacer creer que no podemos hacerlo. Aprendimos que para sentirnos dueños de lo público no hay que solo transitar, sino construir y participar, aprendimos que desplazando intereses particulares para priorizar los colectivos, las retribuciones son más grandes que aquellas actitudes individualistas y sectoriales. Algunos nos sentimos más responsables y comprometidos que otros, pero no medimos esfuerzos porque los aplicamos por el bien común, no necesitamos de abultados sueldos ni venimos por ellos. No pedimos nada a cambio y tenemos la firme convicción de que con nuestro esfuerzo son muchas las cosas buenas que podemos contagiar y conseguir. Para muchos la UNLaR sigue siendo la misma que antes de la toma con algunas variantes no muy significativas. Si bien el discurso de esta nueva etapa es muy diferente, las actuales prácticas siguen siendo las mismas del pasado. La infame reforma del estatuto, es la consagración de aquellos que traicionaron todo lo que nos daba esperanza, para poder aferrarse al poder.
Pero hay algo que si cambio, y cambio para siempre. Gracias a la mayoría de la comunidad universitaria que nos confió su primer voto directo, hoy existe una oposición de pie que no está dispuesta a ceder ante la inercia de mirar al costado.
Una oposición que aprendió la lección más dura, al postergar los amplios debates pendientes, dejándolos relegados a una futura instancia que se prometió pero que jamás llegó. Una oposición a la que no consiguieron ni conseguirán dominar o someter. Una oposición que se dedicó a hacer público lo que permanecía oculto, una oposición que trabaja a diario para construir desde el lugar que le toca. Una oposición que siente la adhesión silenciosa al recorrer los pasillos. Una oposición que cuenta con todos aquellos que se mueven por convicción y conservan la esperanza de aquella primavera. Una oposición donde confluyen diferentes espacios y militancias, pero en esas amplias diferencias se nutre para esos grandes acuerdos y consensos. Oposición que tal lo sucedido en Septiembre mantiene su independencia de la política partidaria y no se tiñe de ningún color para contener a todos los colores, porque cree fervientemente en la Universidad Libre y Plural, que no es propiedad de nadie, para ser justamente propiedad de todos.
Ayer habría sido un día triste en este camino, viendo la infame reforma hecha en la oscuridad y lejanía de su comunidad, pero al repasar la jornada, donde apenas pude presentar una propuesta para que esa minúscula comisión oficialista la debata aislándome, tuve el honor de presenciar como unos humildes estudiantes doblegaban a las máximas autoridades de una Universidad Nacional acompañadas por su séquito de funcionarios, con altura, verdad, y dignidad que tanto falta en nuestra institución.
En ese momento, y tras escucharlos detenidamente, me preguntaba porqué esos jóvenes a quienes tengo el honor de conocer, podían doblegar con tanta facilidad a todo un equipo técnico, legal y político, de altos sueldos y beneficios, que trabaja desde hace meses, y años ya, para perpetuar las viejas prácticas en el nuevo traje de nuestra Universidad.
Y sí, esos jóvenes son los que soñaron una universidad mejor y lucharon por ello, dedicaron horas de su vida y sus estudios para hacer realidad esa primavera de 2013, que hizo renunciar a una gestión que no permitía ese soñar.
Y sí, esos jóvenes son quienes eligieron y delegaron la implementación de ese sueño a estas autoridades allá por Septiembre de 2013.
Y sí, son esos mismos jóvenes los que con la claridad de su desinteresado interés por el bien común, ven como esas mismas autoridades van traicionando una a una todas las banderas de ese sueño. Pluralidad, Democracia, Excelencia académica… solo por citar las que más escuchamos en aquellos días.
Pero sin dudas, al ver a esos jóvenes hacer sonrojar de vergüenza a toda una gestión en pleno, entendí lo mucho que hemos logrado y mucho que estamos avanzando.
Hoy esos jóvenes con toda autoridad moral, son el verdadero motor de los cambios que necesita nuestra universidad y nuestra sociedad. Y son quienes ya saben, que por más que quieran acallarlos o los traten de “gorilas” por no apoyar al oficialismo, tarde o temprano lograrán imponer el bien común por sobre aquellos, que apropiándose de su sueño, sólo buscan beneficios sectoriales y volver al status quo donde soñar está prohibido.
No me sorprendería ver a esos jóvenes liderando nuestra universidad o nuestra sociedad en el futuro, será sin duda esa la prueba del éxito de esa oposición y ese sueño, que hoy se hace cada día más fuerte y no calla ni callará.
Alejandro Álvarez