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Enterate cómo nació el feriado en memoria a Belgrano

Entre 1816 y 1938 no existió un feriado oficial para conmemorar la insignia patria. Su nacimiento fue a partir de un acto de desagravio.Hasta 1938 no existió oficialmente ninguna fecha en el calendario argentino para conmemorar a la insignia patria y la vida y obra del Gral. Manuel Belgrano. La historia de cómo se llegó a este día es poco conocida.

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El 1 de mayo de 1938 dos grupos de ciudadanos extranjeros chocaron en el centro porteño en medio de una disputa política en vísperas de la Guerra Civil española. Ambos bandos portaban el pabellón nacional

Diez hombres de la época pensaron la Bandera fue utilizada en «un conflicto ajeno a la soberanía nacional» por lo cual propusieron un acto de desagravio. Estos fueron: Luis Agote Robertson (hijo del doctor Luis Agote), Gervasio y Daniel Videla Dorna, Raúl y Alfredo Etcheverry, Ricardo Alberti (el dueño de casa), Luis María Ferraro, Ramón Oscar Castilla, Carlos Rojas Torres y Jorge Seré.

El grupo de porteños convocó a una manifestación en Ecuador 1250 (entre Charcas y Masilla, en la Ciudad de Buenos Aires) y portaron una bandera nacional de 15 metros de largo, que luego donaron a la Municipalidad de Buenos Aires. El Intendente, Mariano de Vedia y Mitre, dispuso izarla en la Plaza de la República (junto al recién terminado Obeslisco) el siguiente 20 de junio, en memoria del fallecimiento del Gral. Manuel Belgrano. Al siguiente año, se repitió el homenaje en la Plaza de Mayo.

La Bandera Nacional fue adoptada oficialmente como insignia de la República Argentina el 20 de julio de 1816 por el Congreso de Tucumán.
Luego de dos años de intenso debate, el 9 de junio de 1938 fue sancionado por ley (12.361) el feriado hoy conocido como Día de la Bandera. Ante de su sanción hubo dos interesantes apostillas durante el debate parlamentario en el Senado:

1. El senador conservador Guillermo Rothe se opuso vehementemente a que la fecha conmemorativa sea un feriado dado que consideraba que «sería recargar el calendario de festividades, habiendo ya otros dos días destinados a celebraciones patrias». Él proponía que se utilizara siempre el tercer domingo de junio.

2. Por otra parte, otro de los ejes de la polémica era si el feriado debía ser nacional (aplicable para todo el territorio) o no.

Por casi seis década la ley no tuvo modificaciones. Recién en 1996, el presidente Carlos Menem firmó un decreto trasladando el feriado al tercer lunes de junio para favorecer al turismo.

Este año, el Poder Ejecutivo Nacional firmó un decreto que lo convirtió en inamovible.

La muerte de Belgrano no fue noticia

En su lecho de muerte, el creador de la Bandera alcanzó a decir unas últimas palabras: “Yo espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajarán para remediar sus desgracias. Ay, Patria mía.”

El 25 mayo, Manuel Belgrano dictó su testamento en que declaró heredero a su hermano Domingo. Lo nombró patrono de las escuelas para cuya construcción había donado 40.000 pesos oro y le pidió que se encargara de la crianza, manutención y educación de su hija Manuela Mónica, a la que le había dejado en Tucumán una cuadra de terreno. El 3 de junio pasó su cumpleaños 50 en compañía de algunos amigos y sus hermanos Miguel, Domingo y Juana. El doctor Sullivan tocó el clavicordio para distraerlo de aquellos tremendos dolores finales y de la depresión que le causaba su situación económica.

Unos días después tuvo la grata sorpresa de recibir la visita de su querido compañero de armas Gregorio Aráoz de Lamadrid, aquel guerrero temerario que al final de sus días “coleccionaría” más de cien heridas en su cuerpo. Recuerda Lamadrid en sus memorias: “Pasé a saludar a mi general Manuel Belgrano […]. Lo encontré sentado en su poltrona y bastante agobiado por su enfermedad. Mi vista le impresionó en extremo, no menos que a mí la suya”. Se estrecharon en un profundo abrazo y Belgrano le alcanzó unos papeles. Eran unas memorias que había comenzado a escribir Gregorio en Fraile Muerto dos años atrás. Le pidió que las revisara y las continuara: “Estos apuntes –le dijo– los hizo usted muy a la ligera; es menester que los recorra y detalle más prolijamente y me los traiga”. Hablaron de recuerdos comunes, de los pastos quemados en Tucumán, de los días felices del triunfo y de la grave situación que se vivía en esos días de guerra civil.

La noche del 19 de junio de 1820, la última de Manuel en este mundo, la fiebre se lo llevó por un rato al terreno de los recuerdos, a unas borrosas imágenes infantiles en el mismo barrio y la misma habitación en la que ahora se moría, los olores de naranjos y azahares, los gritos de los negros en el fondo de la casa. El viaje a Europa, las aulas, las chicas de Salamanca. Los debates en el Consulado, las noches robadas al amor de Josefa en su estudio escribiendo. Aquel sol de Rosario, las baterías del Paraná y la Bandera. El éxodo, los changuitos jujeños. La gloria de Tucumán, el amor de Dolores, su querida hijita Manuela Mónica. El triunfo de Salta y ese sabor de la justicia que tanto le costó degustar después. Trataba de evitar los malos tragos, los traidores.

La noche fue agitada y a las 7 de la mañana del 20 de junio de 1820, sin que nadie lo notara en esa caótica Buenos Aires del “día de los tres gobernadores”, moría Manuel Belgrano. Alcanzó a decir unas últimas palabras: “Yo espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajarán para remediar sus desgracias. Ay, Patria mía”.

Dice Mitre que, al practicar la autopsia, el doctor Juan Sullivan notó que Belgrano tenía un corazón más grande que el común de los mortales. En junio de 2012, gracias a la invitación del doctor Daniel López Rosetti, pude participar de un “Ateneo anatomo-clínico” que se realizó en el Instituto de Cardiología del Hospital Italiano de Buenos Aires. En él se hizo una interesante experiencia de reconstrucción histórica y médica, que permitió llegar a un diagnóstico de la causa de la muerte: una insuficiencia cardíaca, que en su evolución afectó también el funcionamiento hepático y renal.

Solo un periódico de Buenos Aires, El Despertador Teofilantrópico, dirigido por el padre Castañeda, dio cuenta de lo ocurrido: “Es un deshonor a nuestro suelo, es una ingratitud que clama el cielo, el triste funeral, pobre y sombrío que se hizo en una iglesia junto al río, al ciudadano ilustre general Manuel Belgrano”. Ni la Gaceta, que era el periódico oficial, ni El Argos, que se jactaba en su subtítulo de tener cien ojos para ver la realidad, informaron sobre la muerte de Manuel Belgrano. Para ellos no fue noticia.

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