Una Iglesia sin amor, con el corazón frío, lejos de testimoniar el Reino de Dios alejar y deja fuera a tantos hermanos que buscan en ella la acogida y la misericordia, la comunicación de la esperanza y el calor de la fraternidad verdadera.
Carlos y Gabriel nos hablan de ese corazón caliente hasta el final, un corazón capaz de abrigar los sentimientos de radicalidad evangélica y de fraternidad al precio de la entrega de la propia vida. La fuerza de ese amor los hizo invencibles en Cristo, el Maestro y el Señor. La convicción de que nadie puede matar el alma, que hay una vida verdadera que viene de Dios y que sólo en Él alcanza todo su sentido, acompañó a Carlos y a Gabriel hasta el final.
En estos largos cuarenta y un años desde la muerte de Carlos, Gabriel, Wenceslao y Enrique, no siempre hemos estado a la altura de ese amor generoso que los llevó a la muerte y a la Vida verdadera. Cada vez que renegamos de ese testimonio, que silenciamos la elocuencia de su entrega, que no escuchamos el clamor de los pobres o que perdimos el camino de la fraternidad cristiana en la comunidad y ante la sociedad y la fraternidad sacerdotal en nuestro presbiterio, enfriamos el amor recibido de Cristo y que en Carlos y Gabriel vibró al precio de su sangre, unida a la del Cordero inocente.
La frialdad de un corazón que se cerró al amor de Cristo, que lo desconoció y renegó de él, nos deja a la intemperie y en ella nos descubrimos sin rumbo ni consistencia en nuestras opciones. Necesitamos volver a Cristo, nuestro amor primero, el que nos conmovió con sus gestos y palabras, el que nos convocó a ser sus discípulos. Él es nuestra Vida.
El calor del amor de nuestros corazones nos pide una mirada encarnada a los problemas de nuestro tiempo, a una mayor toma de conciencia de los procesos que se viven en el mundo, en nuestra Patria y en nuestra provincia queridas. No la mirada del que se informa por curiosidad o profesionalmente para tomarle el pulso estadístico a los problemas. Se trata de ver con el corazón, con aquella compasión samaritana de la que nos habló Jesús. Como miraron Carlos y Gabriel que no se corrieron ni se distrajeron del cometido de sus vidas. Un mirar que compromete nuestro hacer.
Desde este lugar de nuestra Provincia que padece el cierre de sus fábricas y se resiste a ser ignorado o sometido a la indiferencia de empresarios y funcionarios, pedimos se busquen aquellas soluciones urgentes que reviertan un proceso que lleva a la muerte de nuestras comunidades. Mucho antes de ordenar la represión de una protesta laboral, se han debido prever las consecuencias de medidas económicas que dejan sin futuro a familias enteras y evitar la violencia de la indiferencia o de los slogans que auguran una recuperación que no llega ni llegará nunca si se deja fuera a la gente.
Además de nuestro compromiso cristiano en la vida personal y familiar, en nuestra provincia nos toca seguir trabajando fuerte en el cuidado de la institucionalidad a través de la participación social y política. La fragilidad de nuestra respuesta de gobernantes y ciudadanos debilita al conjunto de la comunidad y nos condena al fracaso. En una institucionalidad fuerte al servicio de la vida social se cuidan responsablemente los bienes confiados a la gestión ordenada y transparente de los gobernantes y se respetan las incumbencias de cada una de las funciones del Estado, sin avasallarlas ilegalmente.
Dios nos conceda un corazón lleno de su amor, que no se deje enfriar por la indiferencia ni la falta de compromiso con el bien común, que busque el Reino del Señor y su justicia. Pidamos por las familias de Chamical, especialmente por los que han perdido sus fuentes de trabajo, por quienes viven en la incertidumbre de sus planes y programas sociales y por sus jóvenes siempre generosos y creativos a la hora de empujar para adelante. Caminemos en la presencia de Dios cada día, todos los días de nuestras vidas. Como Carlos, Gabriel, Wenceslao y Enrique, testigos de Jesús hasta la entrega final.
FUENTE: https://diocesisdelarioja.wordpress.com