La sala «La Ballena» del Centro Cultural Kirchner –al que el gobierno le quiere cambiar el nombre– este jueves amaneció a oscuras. Pasadas las diez de la mañana una luz blanca en el centro del escenario se prendió e iluminó al presidente Javier Milei. Parado en un atril, con los lentes puestos y el discurso que iba a leer en sus manos, el mandatario cantó «Hola a todos…», al ritmo de Panic Show. El público estaba compuesto por españoles y argentinos que lo vitoreaban y reían. Las pantallas de los celulares comenzaron a iluminar algunas de las caras de los presentes que se disponían a filmar lo que sería una catarata sin límites de insultos, agravios y citas religiosas que el presidente argentino espetó en contra de todos los que no piensan como él.
Durante la inauguración del III Encuentro Regional del Foro Madrid, Río de la Plata, organizado por Santiago Abascal, el líder del partido de ultraderecha español VOX, Milei también se deshizo en elogios al menemismo –dijo orgulloso que en esos primeros meses de gestión ya superó por ocho «las reformas» del gobierno del riojano– y vociferó: «No sólo estoy poniendo a la Argentina al tope mundial, siendo uno de los dos políticos más conocidos del mundo junto a Donald Trump, sino que, además, estoy haciendo el mejor gobierno de la historia del país».
El discurso de Milei se centró en las críticas a lo que él denomina «el partido del Estado», un nuevo mote para lo también llama «la casta». Según el Presidente, la población que él gobierna se divide en dos: «los pagadores de impuestos y los consumidores de impuestos». La segunda categoría funciona para el mandatario como una especie de bolsa en la que mete a distintos sectores de la sociedad sin distinción y la vincula, como si aún estuviésemos en tiempos de la guerra fría con «el socialismo». Allí también estarían para Milei los que forman parte del supuesto «partido del Estado». «Entre los consumidores de impuestos se encuentran, obviamente, las ratas del poder que en vez de ver la política como vocación de servicio, ven una caja a la que parasitar de por vida y un medio para enquistar a su familia en el Estado, como si fuera un título nobiliario», disparó.
Luego, añadió que «el partido del Estado no se agota en los políticos y en los contratistas», y enumeró: «También son los empresarios prebendarios; los periodistas y los medios de comunicación –que hoy son un servicio de propaganda en venta al mejor postor–; los sindicalistas que entregan a los trabajadores a cambio de prebendas; los gerentes de la pobreza que administran asistencia social de los más vulnerables».
Como si fuera poco, Milei sumó en ese listado a «los supuestos científicos e intelectuales, que creen que tener una titulación académica los vuelve seres superiores, y, por ende, todos debemos subsidiarles la vocación». Cuando empezó a hablar de los científicos se puso rabioso y no podía parar de agraviarlos: «Si tan útiles creen que son sus investigaciones, los invito a salir al mercado, como cualquier hijo del vecino, y que investiguen, publiquen un libro y vean si la gente le interesa o no, en lugar de esconderse canallescamente detrás de la fuerza coactiva del Estado», gritaba.
La lista, sin embargo, no terminó ahí. El Presidente siguió despotricando contra otros sectores sociales: «También podemos hablar de los artistas amigos del régimen», remarcó. «Reciben cuantiosas sumas de dinero para ir a dar recitales para 30 personas y sacarse fotos con el Intendente y el Gobernador». En ese momento citó a Juanse, el cantante de los Ratones Paranoicos. “No puede ser que vayas a dar un recital, a Caleta Olivia, con 50 personas y cobres como si estuvieras llenando el Madison Square Garden”, habría dicho.
Durante más de 40 minutos Milei hizo una oda al «capitalismo de libre empresa», dijo que «durante 250 años, el capitalismo de libre mercado hizo milagros en el mundo generando una explosión de riqueza tan dramática, que sacó de la pobreza al 90% de la población», y que la Argentina estuvo a la cabeza de ese modelo «durante los primeros 125 años». El problema, según interpretó, fue que «en nombre de la justicia y la igualdad tuvimos un Estado omnipresente, controlador y opresivo que se arrogó el derecho de robarle a uno para darles a otros», y que «en estos últimos 123 años se castigó a los creadores de riqueza con impuestos impagables y se los condenó públicamente como villanos».
También hubo críticas a los legisladores a los que volvió a llamar «degenerados fiscales» y «ratas inmundas». «Cuanto más voto tiene un proyecto en el Congreso, peor es para la sociedad», dijo sin disimular su falta de republicanismo y disparó: «Los degenerados fiscales están dispuestos a quebrar al Estado y que 10 millones de argentinos más caigan en la pobreza y la miseria, con tal de sumar unos puntitos con discursos lindos en el recinto. Desde acá se les ven los colmillos».
Durante el discurso, el Presidente también confirmó que irá al Congreso a presentar el Presupuesto 2025 en persona –como anticipó este diario–, aunque en su entorno dicen que lo mejor que les puede pasar es que los legisladores no lo aprueben para seguir ejecutando a su gusto el de 2023. «Cuando discutamos el Presupuesto ellos van a hacer lo imposible para que no salga porque es un Presupuesto liberal y austero que significa el fin de miles de curros», opinó.
El Jefe de Estado hizo críticas al excandidato presidencial Sergio Massa y a la gestión que hizo el gobierno anterior de la pandemia. Recomendó «Pandenomics», el que él mismo ponderó como «uno de sus mejores libros» y, sin ningún tipo de rigurosidad en el análisis, dijo que, según su visión, «hubo más muertos de los que debería haber habido». De paso, aprovechó la ocasión para disparar una frase que dejó a la vista su postura negacionista de la última dictadura cívico militar: «si Argentina hubiera hecho las cosas como un país mediocre deberían haber muerto por el COVID 30 mil personas. 30 mil de verdad», leyó.
El que tampoco se salvo de los insultos –en otro fragmento dijo que quienes lo criticaban eran «ratas inmundas, fracasadas y liliputienses»– fue el presidente de Brasil, Luis Inácio «Lula» da Silva. Al mandatario del país que es el primer socio comercial de la Argentina lo describió como «un tirano que está equivocado en todo», y lo criticó por su pelea con X, cuyo dueño es el magnate Elon Musk, a quién Milei considera su amigo, y que está muy interesado en quedarse con el litio que hay en el norte de nuestro país.
Cuando se iba acercando el final, el discurso del Presidente se cargó de un fuerte moralismo y fue incorporando metáforas bélicas y citas religiosas. «No hay que abandonar nunca la batalla, hay que darla siempre desde el lugar en el que estamos sin cuartel y aunque nos cueste la vida. Y hay que darla tirando con el mismo fuego que tiran ellos, no prendiendo velas, ni pidiendo perdón ni permiso», remarcó.
Todo se tornó más extraño cuando, lejos de la realidad argentina, comenzó a recitar las «Sagradas Escrituras». «Ellos nos atacan, llenos de insolencia y de impiedad para exterminarnos a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, y para apoderarse de nuestros despojos. Nosotros, en cambio, luchamos por nuestra vida y por nuestras costumbres; el cielo los aplastará delante nuestro, no les tengan miedo», leyó, como si fuera un pastor y no el Jefe de Estado, vociferó: «¡No teman! nuestra fe es tan grande como el desafío. Estamos dispuestos a perder todo con tal de dar vuelta esta página siniestra de la historia».
Por último hubo tiempo para la interna libertaria. Antes de terminar el discurso, Milei le dedicó a los miembros de LLA unas líneas: «No nos podemos dar el lujo de la dispersión y de las peleas intestinas, sólo estando juntos podemos ser fuertes. Solo siendo leales, de militante a militante, y ayudándonos entre nosotros, podemos defender a los argentinos de las garras del poder permanente», disparó y remarcó: «no hay lugar para ambiciones personales».