La economía argentina se encuentra en una espiral descendente que parece no tener fin. Según las proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), el país enfrentará una contracción del 2,8% en su Producto Interno Bruto (PIB) para el año 2024, profundizando la caída del 1,6% ya registrada en 2023. Esta recesión, que impacta de lleno en todos los sectores, llega en un contexto de altísima inflación, pronosticada en un devastador 250% para el cierre del año, y un aumento en el desempleo que alcanzará el 8%. Estas cifras no son meros datos económicos; son un reflejo de la dura realidad que enfrentan millones de argentinos.
El gobierno de Javier Milei, que asumió con la promesa de devolver la estabilidad macroeconómica, ha optado por un enfoque radical: un ajuste fiscal extremo, con el objetivo de alcanzar un déficit cero. Este enfoque se traduce en recortes brutales en áreas esenciales como educación, salud y obras públicas. Para Milei, el problema estructural de Argentina radica en un gasto público descontrolado y un Estado que, en sus palabras, «ahoga» al capital privado. Su solución: desmantelar el Estado, con la esperanza de que el sector privado, liberado de impuestos y regulaciones, dinamice la economía. Sin embargo, la realidad pinta un panorama mucho más sombrío.
En lugar de generar la tan esperada reactivación, el ajuste fiscal ha exacerbado la recesión. Las políticas de recorte no solo han golpeado directamente a las clases más vulnerables, sino que también han disminuido la demanda agregada, sumiendo al país en un círculo vicioso de contracción económica. Al reducir el gasto público, especialmente en tiempos de recesión, el gobierno no está «achicando» el Estado para «engrandecer» la sociedad, como sostiene Milei, sino que está profundizando las desigualdades y destruyendo la base sobre la cual debería sustentarse una recuperación económica.
El FMI, que ha sido testigo y partícipe de las anteriores crisis económicas en Argentina, no se muestra optimista. Según sus proyecciones, la inflación, que ya alcanza niveles descomunales, no muestra signos de desacelerarse en el corto plazo. De hecho, el organismo internacional estima que la inflación anual promedio alcanzará el 250%, lo que representa una carga insoportable para los salarios y ahorros de los trabajadores argentinos. A pesar de esto, Milei ha celebrado una disminución marginal en la inflación mayorista, una cifra que en nada alivia el bolsillo de los consumidores.
Pero la estrategia de Milei no es nueva. Se asemeja peligrosamente a las políticas neoliberales implementadas en Argentina en el pasado, y que culminaron en algunas de las peores crisis económicas de la historia del país. Basta recordar los ajustes de la dictadura militar de 1976, bajo la tutela de José Alfredo Martínez de Hoz, o las políticas de convertibilidad de los años noventa bajo el mandato de Carlos Menem, que terminaron en el estallido social de 2001. En ambos casos, el ajuste neoliberal prometía estabilidad y crecimiento, pero solo produjo deuda, desempleo y pobreza masiva.
El presidente Milei parece ignorar estas lecciones del pasado. Su gobierno, en lugar de buscar un equilibrio entre el ajuste y el crecimiento inclusivo, ha optado por una receta que ya ha fracasado en múltiples ocasiones. El objetivo de «blindar» las finanzas públicas mediante un ajuste fiscal masivo es una estrategia que, históricamente, ha sido el preludio de crisis aún más profundas. El argumento de Milei de que el déficit fiscal es el causante de todos los males económicos del país no resiste un análisis serio. De hecho, los problemas actuales de Argentina no se deben exclusivamente al déficit, sino a una combinación de factores, entre ellos una estructura económica profundamente desigual y dependiente de los vaivenes internacionales.
En este contexto, es difícil no preguntarse: ¿hasta cuándo la sociedad argentina soportará estas políticas de ajuste? El descontento social crece día a día, mientras los indicadores económicos empeoran. A pesar de las promesas de Milei, no se vislumbra una mejora en el corto plazo. Los sectores más vulnerables son los que más sufren, pero la clase media, que alguna vez fue el motor del consumo interno, también se encuentra en jaque.
La promesa de un superávit fiscal a costa de la vida de millones de argentinos es, en el mejor de los casos, una falacia peligrosa. Los recortes masivos no solo deterioran la calidad de vida, sino que además frenan cualquier posibilidad de reactivación económica. En lugar de aplicar una política económica que promueva el crecimiento y la inclusión, el gobierno ha optado por una estrategia que parece condenada al fracaso.
Argentina no necesita un ajuste más. Necesita políticas que fomenten el crecimiento, protejan el empleo y garanticen la estabilidad económica para todos, no solo para los grandes capitales que se benefician de las políticas neoliberales. La historia ha demostrado que el ajuste fiscal, en tiempos de recesión, solo conduce a más miseria y desigualdad. ¿Está dispuesto el gobierno de Milei a aprender de esos errores, o seguirá condenando al país a repetirlos?