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A Javier Milei la Constitución le molesta por eso decide evitarla, saltarla e ignorarla

Argentina tiene una Constitución. Es un texto que, en teoría, organiza el país. Que dice cómo deben hacerse las cosas, qué está permitido, qué no. Que establece, por ejemplo, que los jueces de la Corte Suprema deben ser nombrados con el acuerdo del Senado, después de un debate público, después de que alguien explique por qué ese juez y no otro, después de que, al menos en apariencia, se cumplan ciertos requisitos de idoneidad, de honorabilidad, de capacidad.

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Pero hay un problema: a Javier Milei la Constitución le molesta. Le pesa. Es una maraña de normas que le impide hacer lo que quiere. Así que decidió evitarla. Saltarla. Ignorarla. Y por decreto, sin discusión, sin consenso, sin siquiera la mínima vergüenza de disimular, acaba de designar a Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla como nuevos jueces de la Corte.

El truco es viejo. La Constitución tiene un artículo—el 99, inciso 19—que permite que el Presidente designe jueces «en comisión» cuando el Senado no está en funciones. Una herramienta pensada para casos de urgencia, para cuando el país se quedaba sin jueces en tiempos en que el Congreso se iba de vacaciones por meses. Pero la Argentina del siglo XXI no es la de hace doscientos años. Y el Senado está en funciones. Solo que no quiere darle a Milei lo que pide sin debate.

Entonces, Milei hace lo que hacen los gobiernos débiles: gobierna por decreto. Se salta el proceso, designa a Lijo y García-Mansilla y después ve qué pasa. ¿Y quién va a pararlo? ¿El Senado, que debería haber votado? ¿La Corte Suprema, que ahora incluye a sus propios designados? ¿La oposición, que todavía no sabe si es oposición?

Ariel Lijo es un juez con un prontuario más extenso que su currículum. Acumula más de 30 denuncias en el Consejo de la Magistratura, ha sido señalado por su inacción en causas de corrupción y, sin embargo, su mayor mérito parece ser su cercanía con el poder de turno. García-Mansilla, en cambio, es el académico con perfume a derecha rancia: conservador, católico, de esos que creen que el derecho es para los que lo entienden y que la igualdad de género es un exceso de estos tiempos modernos.

El Gobierno dice que no había otra opción, que la Corte Suprema está incompleta y que la falta de jueces paraliza el país. No es cierto. La Corte puede funcionar con tres jueces, como lo ha hecho en otros momentos, como lo han hecho otras cortes en otros países. La urgencia es una excusa. Y la verdad es más simple: Milei no puede esperar. Quiere jueces ahora, jueces propios, jueces que le garanticen tranquilidad. Porque sabe que el poder real en Argentina no está en la Casa Rosada: está en Tribunales.

El antecedente más cercano es el de Macri, que en 2015 intentó lo mismo con Rosenkrantz y Rosatti. Aquella vez, el escándalo fue tal que el propio Macri tuvo que dar marcha atrás y enviar los pliegos al Senado. Pero Milei no es Macri. No es de los que retroceden. Es de los que avanzan aunque el suelo se desmorone bajo sus pies. De los que creen que el poder se ejerce a fuerza de gritos, decretos y Twitter.

Y mientras tanto, la democracia argentina sigue funcionando en piloto automático, con un presidente que la maneja como si fuera un simulador de política. En algún momento, alguien va a tener que agarrar el volante. O vamos a chocar.

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