Atrás quedaba el blindaje que endeudó al país en casi 40 mil millones de dólares, el corralito de Cavallo que sobrevuela como fantasma de tanto en tanto por la mente de los argentinos ante los escenarios de crisis, la Banelco del Senado que originó la renuncia de “Chacho” Álvarez, la noche en lo de Tinelli errando la salida (¿premonitoria?) del estudio, como prolegómeno de una serie de disturbios que llevaron a imponer el estado de sitio y dejar el triste saldo de 39 muertos en la vida del país.
Más de 20 años después Javier Milei, un outsider de la política, no tuvo que cruzar la Plaza de Mayo para llegar a la Rosada, lo hizo en internet y a lomos de una nueva versión del “que se vayan todos” que atronaban las calles sangrientas en el 2001.
Pero vino con recetas similares y está mostrando la misma rigidez conceptual e intelectual que la política no permite ni tolera. Las recetas del Fondo nunca han terminado bien en este país y en ninguno que haya permitido que se inmiscuyan en su política económica. El estallido de Grecia y el 2001 criollo son prueba de ello. Lejos está aquel 2005 en el Néstor Kirchner pagaba casi 10 millones de dólares y cancelaba la deuda con el FMI.
No hubo Banelco para Milei, pero si su tuvo su cripogate, cuyos coletazos internacionales, los que no pueden taparse ni manipularse, amenazan con consecuencias impredecibles y difíciles de adivinar para él y muchos de sus funcionarios y colaboradores muy cercanos, entre ellos el presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem, quien además no deja de sumar polémicas a cada paso como los gastos para refaccionar el recinto que preside y ya adelantó que en caso de ser Gobernador de su Rioja natal despedirá a más de la mitad de los trabajadores estatales provinciales, en consonancia con los más de 40 mil despidos que lleva ya la administración nacional.
La rigidez del tipo cambiario se vuelve cada vez más insostenible y todo por no poder salir del aquel único fin del equipo económico que era bajar la inflación, que se mantiene a rajatabla como un dogma. En el 2001 mantener la convertibilidad se convirtió en una carga pesada de sobrellevar, que terminó de dinamitar la industria argentina y el empleo, generando hambre y recesión económica.
Aquel De la Rúa se mostraba como un antídoto para lo que había reflejado Carlos Menem en sus dos mandatos anteriores, la frivolidad y el exhibicionismo. Milei se muestra como el fin de una casta, un relato que no coincide con la realidad, ya que los únicos perjudicados hasta acá son los sectores más desprotegidos y vulnerables.
Las legislativas del 2001 significaron un golpe del que De la Rúa ya no se repondría a pesar de que negaba su efecto diciendo que él no se había puesto al frente de la campaña. Este año Milei no será candidato, pero su gestión será plebiscitada y la gente dará su veredicto. Aquel apoyo inicial se va diluyendo, como en la provincia de Córdoba, una de sus principales bazas electorales para llegar a la presidencia, donde ya cayó más de 10 puntos y los principales políticos de la Docta comienza a mirarlo con recelo. De la Rúa se encerró en su familia y decía mantenerse firme y con liderazgo, solo ellos le creían. A Milei solo le queda su hermana.
“Ay de aquel que no advierta las señales”, decía Dolina en Cartas Marcadas. Las señales ya comenzaron a aparecer, las coincidencias cíclicas con otros gobiernos, la desacreditación ante la opinión pública. Milei está cortando con la motosierra la rama que lo sostiene en el árbol. Dicen que Milei tiene agendado en su celular el número de la presidenta del FMI, Cristalina Georgieva. Por las dudas.