Sergio Massa, el protagonista de la gran batalla bonaerense, tensa la cuerda. En los últimos días buscó reanimar una contradicción que se había relajado, sobre todo desde que Cristina Kirchner salió de escena. Advirtió que si el domingo próximo no sale derrotado por una gran diferencia, el Gobierno intentará reponer el proyecto de reelección y la reforma judicial. Y agitó los fantasmas del electorado opositor mencionando a los villanos del modelo: “Aunque los hayan escondido, Guillermo Moreno y Luis D’Elía siguen allí”.
La deriva de la campaña de Massa fue curiosa. Lanzó su candidatura con una apuesta tan rotunda a favor de la ambigüedad que Francisco de Narváez lo acusó de mantener un pacto secreto con la Presidenta.
Massa tuvo que jurar ante un escribano que no estaba a favor de la reelección presidencial. Al cabo de cuatro meses, él ocupó el lugar de De Narváez y, tratando de que los vecinos no olviden que Daniel Scioli y Martín Insaurralde son el kirchnerismo, sugiere: ella o vos.
La metamorfosis de Massa excede los límites del marketing electoral. Es el resultado de dos observaciones políticas.
La primera, que para llegar al poder en 2015 es mejor enfrentar al Gobierno que tratar de heredarlo. Es la divergencia central entre Massa y Scioli. La segunda, que la señora de Kirchner está en condiciones de retener un porcentaje nada despreciable del voto peronista. Estas constataciones plantean los desafíos más exigentes de la carrera de Massa.
Massa cree -Hugo Haime, su sociólogo de cabecera, se lo ha dicho- que el domingo que viene obtendrá entre el 42 y el 45% de los votos. Y que Insaurralde fluctuará entre 30 y 33%. Son mediciones provisorias, realizadas durante la última semana, cuando todavía se registraban un 6% de indecisos y un 2% de voto en blanco.
Una precisión: esos porcentajes se calculan sobre el total de votos afirmativos, que es el que se considera en las elecciones generales. Es decir, no toman en cuenta los votos en blanco. En las primarias, en cambio, los porcentajes se computan sobre el total de votos válidos, que incluye los votos en blanco. Es un detalle que algunos encuestadores están olvidando al comparar los resultados del 11 de agosto con los del próximo domingo. Si en las primarias se hubiera adoptado el criterio de la elección definitiva, Massa no habría sacado 34,95, sino 36,75%. E Insaurralde, en vez de 29,60%, habría obtenido 31,12%.
Hay que prestar atención al deseo de Massa de aventajar al kirchnerismo en 12 puntos. El intendente de Tigre necesita aparecer el próximo domingo como algo más que el instrumento del que se sirvió la ciudadanía para cancelar la reelección. Massa aspira a salir de las urnas como un nuevo líder, capaz de atraer por sus propias condiciones y no sólo por el lugar que le tocó en el ajedrez del antikirchnerismo.
Ese reto viene impuesto por el problema más complejo de la candidatura presidencial de Massa. Que el oficialismo retenga el 30% del electorado bonaerense significa que él se asienta sobre una base que incluye franjas muy amplias de voto no peronista. En consecuencia, Massa deberá conseguir que en 2015 sigan votando a favor suyo muchos de los que en esta elección sólo lo harán para oponerse a la Presidenta. Para que esa operación sea exitosa, tendrá que representar ideas y valores ajenos a la tradición de su partido. A partir del próximo domingo Massa cultivará un electorado sobre el que también trabajan Julio Cobos, Ernesto Sanz, Hermes Binner o Mauricio Macri. ¿Alcanzará para seducirlo la exhibición de peronistas que, en vez de comer con las manos, utilizan los cubiertos? Massa deberá imaginar un producto más elaborado.
La pretensión de aplastar a Scioli e Insaurralde tiene que ver con otro objetivo de Massa: fisurar más la estructura del oficialismo. El pacto de vasallaje entre los gobernadores y la Casa Rosada será difícil de romper. Para perforar ese blindaje y federalizar su figura, Massa apostará a un plan audaz: extender su liga de intendentes a todo el país. El método, al que él apeló desde el año 2010, ha ofrecido resultados aceptables en la provincia de Buenos Aires. Lo utilizaron Carlos Menem, Carlos Ruckauf y Néstor Kirchner cuando, cada uno en su momento, quisieron horadar el poder de Eduardo Duhalde sobre el conurbano bonaerense. Todavía no se sabe si este camino es transitable a escala nacional.
Massa urde su red obligado por su separación del PJ y convencido de que el público aprecia la inmediatez de la política municipal. Ya entró en contacto, entre otros, con Ricardo Quintela (La Rioja), Ismael Bordagaray (Famatina) y Ramón Mestre (radical, de Córdoba). Prepara, en cámara lenta, una “rebelión de los coroneles”. A su modo, reproduce un sueño de Cristina Kirchner. Para el establishment peronista es una avanzada mucho más irreverente que la que insinuó la Presidenta con La Cámpora.
Scioli cree que la limitación de Massa para enfrentar a los gobernadores con la Presidenta es su principal activo. Él pretende apropiarse de la estructura del PJ hasta convertirse en 2015 en un sucesor solidario del Gobierno. En la mejor de sus ensoñaciones, imagina a la señora de Kirchner plantándole un sparring interno, el entrerriano Sergio Urribarri, para acreditarse una victoria. Para que el programa sea exitoso es indispensable que Cristina Kirchner corrija los rasgos más desagradables de su administración. En otras palabras, Scioli necesita que el kirchnerismo sea heredable.
La campaña bonaerense ha demostrado que el plan de Scioli es muy ambicioso. Los servicios del Gobierno a la marcha de Insaurralde son catastróficos. Las listas de precios de alimentos que reciben los supermercados registran aumentos del 20%. En lo que va del año subieron un 50%. En 15 días el precio de la harina pasó de $ 4,70 a $ 7,10. En lo que va del año el incremento fue del 80%. El kilo de pan a $ 10 es otra pieza que ingresó al museo de las fantasías de Moreno.
Para disimular los estertores de la política económica no alcanza con pagar con bonos los arbitrajes del Ciadi. El kirchnerismo traslada esa deuda a otro gobierno para acceder a créditos en dólares del Banco Mundial. Más que una medida normalizadora, esa transacción es un recurso para aliviar la crisis de reservas a la que se encamina el Central.
El último fin de semana tuvo lugar otra manifestación del karma que pesa sobre Scioli. Sin darse por enterado de la nueva aurora ferroviaria que anunció Florencio Randazzo, un tren volvió a chocar en Once. Malcom Gómez lo tuiteó hace meses: los vagones argentinos deberían llevar un cartel que diga “sepa disculpar las tragedias”. Tributos de humor negro para la década ganada.
A las miserias de la administración hay que agregar las guerras internas. La campaña de este año se conmovió por dos videos: el del prefecto que robó el chalet de Massa y el de Juan Cabandié, a quien una cámara de la Gendarmería capturó diciendo tonterías. Ambas filmaciones están relacionadas con fuerzas de seguridad que ya no obedecen al Gobierno, sino a sus enfrentamientos de facción.
Sin embargo, la principal dificultad de Scioli como candidato oficialista no es la decadencia administrativa del kirchnerismo, sino la relativa fortaleza de su jefa. La imagen positiva de Cristina Kirchner ronda el 35%. Esa consideración aumentó unos puntos con el actual percance de salud, que, por una semana, hizo subir el número de indecisos.
Dotada con este capital, es difícil que la Presidenta se adjudique la derrota del domingo, admita que su fuente de poder está agotada y se disponga a trabajar para otro. En otras palabras: es difícil que realice el sueño de Scioli. Lo más probable es que, como Alfonsín frente a Angeloz o Menem frente a Duhalde, se repliegue sobre su propia identidad y resista la presión del candidato oficialista por un cambio.
Esta pulsión de la Presidenta por la supervivencia política puede exteriorizarse más allá de la gestión económica en una maniobra que para Scioli sería muy dañina: la radicalización de un maniqueísmo para el cual la vida pública sólo puede organizarse en un conflicto entre el Gobierno y todo lo demás.
El pequeño laboratorio de la campaña actual ilustró este comportamiento. Cuando Insaurralde propuso bajar la edad de imputabilidad penal, la Casa Rosada le declaró la Intifada. Para Scioli e Insaurralde los argumentos de La Cámpora en defensa de Cabandié fueron más corrosivos que la gaffe de Cabandié. Los intelectuales que viven a la sombra del Gobierno vienen alertando desde 2011 sobre la posibilidad de una restauración conservadora que, enmascarada detrás de Scioli o de Massa, busca arruinar la filantrópica saga kirchnerista.
Estos antecedentes indican que, cuando toda la política tiende al centro, hasta saturarlo, la Presidenta puede insistir en su táctica de siempre: dinamitar el centro.
Sería una buena noticia para Massa. En su competencia contra Scioli, él necesita que Cristina Kirchner persevere en ser Cristina Kirchner. El peronismo se ha vuelto triangular.