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Falleció el Zar de la TV: A los 88 años murió Alejandro Romay, una leyenda de la televisión argentina

El empresario televisivo y productor Alejandro Romay falleció este jueves 25 de junio a los 88 años, según pudo saber Teleshow a través de familiares. El Zar de la TV comenzó su carrera en los medios porteños luego de trabajar en radios de su Tucumán natal. Al frente de Canal 9, en los dos períodos (estuvo de 1963 al 74 y del 84 al 97) convirtió a la emisora en una de las más fuertes con ciclos como Alta comedia, El hombre que volvió de la muerte, Titanes en el ring y Simplemente María.

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Te dejamos un artículo que resume su paso por la TV:

Alejandro el Grande, genio y figura

Por Pablo Sirvén

Romay y Lita, su esposa de toda la vida, junto a Daniel Scioli y Karina Rabolini, el martes en El Nacional.

Habrá que levantarle, nomás, un monumento a don Alejandro Romay, el mismo que denostábamos, a veces, en los 60 y en los 80 porque teníamos la sensación de que, por momentos, tiraba abajo el nivel de la televisión privada de esas décadas.

Es que más allá de algunas comprobadas trapisondas, Romay es un empresario -entre unos pocos- que cuando en los 90 se desprendió de sus activos no lo hizo para retirarse del campo de batalla y darse la gran vida, sino que la siguió peleando y reinvirtió buena parte de lo ganado en nuevas iniciativas con continuidad hasta hoy mismo y sin desanimarse cuando la suerte no supo estar de su lado.

Autoritario e hiperpersonalista, extraordinario propulsor del espectáculo argentino en formatos radiales, televisivos y teatrales; inspirado y caprichoso; mitómano pertinaz que cree haber inventado más programas y propulsado más figuras de los muchísimos que efectivamente desarrolló y expuso a la consideración pública; genial, muchas veces; vidrioso, otras, Romay es un personaje aluvional, de una riqueza sin par, complejo y contradictorio, bien argentino e insustituible, que todavía marca, con trazo indeleble, la impronta artística argentina.

Las otras noches, después de mucho tiempo, durante la simpatiquísima gala por el centenario del teatro El Nacional, Alejandro Romay reapareció triunfante y la gente lo aplaudió de pie porque más allá de haber bajado muchísimo su desopilante y locuaz perfil, ostentar mayor fragilidad -el próximo 20 de enero, dicen, cumplirá 80 años- y ceder protagonismo a su hijo Diego que lleva aquí las riendas de sus negocios artísticos, el «Zar» (nunca mejor puesto un apodo) está lejos de tirar la toalla. Y lo bien que hace: es todo un ejemplo, y si muchos de sus pares imitaran la pasión, el amor y la garra que les pone a sus emprendimientos, la economía argentina y la producción nacional en particular estarían aún mucho más reactivadas y saludables que lo que se observa en este tumultuoso presente que nos toca vivir.

* * *

Romay irrumpió en 1963 como una tromba en el incipiente y prolijo escenario que las cadenas norteamericanas CBS (en Canal 13), ABC (en Canal 11) y NBC (en Canal 9) habían instalado por entonces y lo desbarató todo. El locutor vibrante que pasó hambre en su Tucumán natal y que a machetazo limpio había ido escalando posiciones de a dos o tres peldaños -pues venía de una exitosa gestión al frente de Radio Libertad-, en cuanto aterrizó en el 9 tiró a los estadounidenses por la ventana y lo convirtió en el «canal argentino».

Azorados, los mucho más atildados Goar Mestre, desde el 13, y Pedro Simoncini, desde el 11, supieron que desde entonces ya nada sería igual. Romay era un imprevisible elefante en un bazar y sin los recursos de sus competidores fue armando lo que pudo, en medio de feroces luchas internas y despidos masivos. Nada lo hizo flaquear y con el casco puesto y la cara pintada, Romay le torció el brazo al destino y levantó milagrosamente una emisora a su imagen y semejanza: bizarra, popular y populista, con tiras de elencos multitudinarios, bullangueros ciclos de entretenimientos, programas ómnibus los fines de semana y unas cuantas inolvidables gemas («Alta comedia», «El hombre que volvió de la muerte», «Titanes en el ring» y «Simplemente María», entre otros tantos emblemáticos títulos). Nada le fue fácil, pero alternó soluciones justas e ingeniosas con artimañas insufribles para mantenerse a flote; tanto es así, que más de uno está tentado de endosarle a Romay alguna lejana responsabilidad en la génesis del actual desquicio televisivo.

En su defensa habrá que decir que aun con sus innegables embarradas de cancha, la producción global del Canal 9 que condujo entre 1963 y 1974 (cuando la estatización peronista lo volteó) y entre 1984 y 1997 (cuando lo recuperó, no sin esfuerzos, y lo posicionó primero durante seis años, muy lejos del resto, hasta dejarlo en el tercer puesto en el que continúa casi nueve años después de su alejamiento) tenía una coherencia, un profesionalismo y una eficacia que quedaron por el camino en la TV argentina de los últimos años.

Parafraseando a Perón, podría decirse que lo que hizo Romay en la TV no fue tan bueno, pero de lo que no cabe duda es de que quienes vinieron después fueron claramente peores.

* * *

Paradojas del destino, las tres grandes obras por las que Romay ya tiene aseguradas varias luminosas páginas en la historia del espectáculo local -los teatros El Nacional y Argentino, y Canal 9- fueron destruidas íntegramente por distintas sinrazones. Una bomba borró del mapa en 1973 al Argentino, cuando se aprestaba a estrenar «Jesucristo Superstar»; en 1974, ante la inminente confiscación de Canal 9 por parte de bandas armadas alentadas por José López Rega, el mismo Romay mandó demoler sus instalaciones para conservar la propiedad del terreno y en 1982 un incendio redujo a cenizas El Nacional, aparentemente porque la dictadura imperante entonces estaba fastidiada con un sketch de la revista «Sexcitante».

Sagaz, paciente y trabajador, en los 80 Romay volvió a levantar Canal 9 y reinauguró El Nacional en 2000. El Argentino, en cambio, sigue siendo un baldío porque una ley lo obliga a levantar una sala en el mismo predio, en Bartolomé Mitre al 1400, en una zona poco propicia para actividades teatrales, en tanto que Romay desea devolver el Argentino a la comunidad, pero relocalizado en un enclave más amistoso.

Como lo hacía en los años 60 y 70 -en el 71 llegó a dirigir nueve salas al mismo tiempo-, desde 1999, Romay estrena una obra teatral tras otra -especialmente viejos clásicos del género musical, como «Víctor Victoria», que acaba de transformar a El Nacional en un cabaret parisiense de los años 30 (pues mandó retirar todas las butacas)- y hasta su nombre repica del otro lado del Atlántico, ya que es dueño del Nuevo Teatro Alcalá, de Madrid, donde funcionan en pleno dos salas.

Buena parte de su descendencia sigue sus pasos: además del ya mencionado Diego, su otro hijo, Omar -hacedor aquí de exitazos como «La extraña dama» y «Más allá del horizonte»- maneja el Canal 41 de Miami, en tanto que Mirtha se aboca a un interesante proyecto de educación a distancia aquí y en otros países de América latina.

Pronto, Alejandro Romay dará a conocer «MemoriZAR», un libro de fotos, recuerdos y testimonios que confirmará, si cabe aún más, su indiscutible condición de leyenda viviente.

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