Bajo el relato de la “libertad” y la “autonomía”, Milei y Benegas Lynch impulsan una idea que implicaría retirar de un día para otro los recursos que sostienen hospitales, escuelas, seguridad y salarios en gran parte del interior argentino. No es independencia: es abandono deliberado del Estado nacional y una transferencia brutal del ajuste a millones de argentinos.
Benegas Lynch habla de una supuesta “verdadera independencia” de las provincias y acusa a la coparticipación de “achatar” a los distritos más chicos. Es una mirada profundamente elitista y porteñocéntrica, que desconoce —o directamente desprecia— las enormes desigualdades estructurales del país. Sin coparticipación, las provincias más pobres no ganarían autonomía: perderían viabilidad.
El planteo de competir bajando impuestos para atraer inversiones es una fantasía de manual liberal que solo funcionaría para los distritos más ricos, mientras condena al resto a una carrera a la baja sin recursos, sin infraestructura y sin capacidad de desarrollo. Milei llama a eso libertad; en la práctica, es una selva económica donde sobreviven los que ya tienen ventajas.
Además, la ofensiva incluye un mensaje político explícito: las provincias que no se alinean con Milei deben pagar el costo. Benegas Lynch atacó a gobernadores y legisladores que no acompañan la agenda libertaria, dejando en claro que el castigo económico es parte del disciplinamiento político. Recursos para los amigos, ajuste para los que no obedecen.
La eliminación de la coparticipación encaja perfectamente con el modelo Milei: un Estado nacional que se borra, que se jacta de no gestionar y que traslada responsabilidades sin financiamiento. Un país fragmentado, con provincias ricas y provincias descartables, donde la igualdad de derechos queda reducida a un eslogan vacío.
No hay modernización ni reforma posible en esta propuesta. Hay demolición. Milei y Benegas Lynch no buscan fortalecer el federalismo: buscan destruirlo, romper los lazos de solidaridad entre provincias y convertir a la Argentina en un archipiélago desigual. Una idea tan extrema como peligrosa, que explica con claridad quiénes pagan el ajuste y quiénes se benefician del experimento libertario.
