Desde la Subsecretaría de Cultura y Turismo informaron que en el homenaje se realizó una pequeña serenata a cargo del músico Pablo David Toledo, quien cantó a capella la chaya de José Jesús Oyola “Carnaval del cochero”, acompañado por las palmas de todos los presentes.
Por su parte, la directora de los Talleres de Libre Expresión Artística, Nicolasa Díaz, y las autoridades presentes de la Subsecretaría, hicieron entrega a don Diógenes Montoya de un obsequio realizado por las profesoras de los talleres en reconocimiento por su invalorable aporte a la historia de la provincia y por ser el último cochero de plaza que recorrió las calles de la ciudad capital de La Rioja.
Cabe destacar que don Diógenes, hoy es un hombre de 92 años que vive con su familia y, pese a que se encuentra en silla de ruedas, su mente y sus recuerdos de muchos momentos vividos siguen intactos; es así como comenzó a contar detalles de su vida, tanto como empleado municipal, como de su trabajo como cochero.
Este gran hombre comenzó a trabajar en la repartición municipal “Parques y Arboladas” y luego se ocupó de repartir frutas y verduras en el Mercado Central, que funcionaba por la calle San Nicolás de Bari oeste, donde hoy está ubicado el Pueblo Cultural. Por último trabajó en el matadero, por un pedido de Samuel Vargas, debido a que don Diógenes sabía reconocer marcas de animales: “Trabajaba en la municipalidad y cuando salía trabajaba de cochero, sin embargo, los cocheros comenzaban a trabajar cuando salía el sol y terminaban cuando se ocultaba”, comentó.
Una vez jubilado, a los 62 años, se dedicó exclusivamente a trabajar de cochero: “Fui cochero pocos años”, expresó; y continuó el relato argumentando que “tenía un coche que era tirado por una yegua, que no tenía nombre, que le compré a los Mazzarelli. Le hubiera puesto la Dudosa” bromeó. Sin embargo, al ser consultado por su herramienta de trabajo, dijo “al coche lo desarmé y lo vendí por partes, ya no me ha quedado nada”.
Cuando recuerda sobre esos años de cochero, deja notar en su timbre de voz la difícil situación económica que se vivía por entonces: “el viaje costaba 30
centavos por cuadra y llegaba a hacer 10 viajes por día, es decir de 3 a 4 pesos” resaltando que la vida en la ciudad “era muy cara”. Pero, como contrapunto, recuerda con mucho cariño la relación que tenía con los niños, quienes “se agarraban del elástico del coche y ponían el pie en el eje para pedir miel”.