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El suicidio de su madre y el desprecio de su Padre

Detras de la fama, el dinero y las fiestas se oculta una dura historia de vida, que explica por qué hoy está en Prisión. De una infancia feliz a una adolescenncia signada por el suicidio de su madre; de las travesuras inocentes con amigos a la vida marginal en el conurbano bonaerense. Aquí un fragmento que reconstruye cómo consiguió que su padre lo reconociera como hijo.

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Por EL CRONISTA

El frente es sobrio: un rectángulo de cemento pintado de blanco con detalles en azul grisáceo del que sobresalen dos balcones. Un portón plegable de madera oscura, una puerta y una ventana de vidrio polarizado. Hay una palmera creciendo en el cantero de la vereda.

La casa de la calle Salta 256, en el centro de la ciudad de Formosa, es un palacio en miniatura. Un aviso clasificado la hubiera ofrecido así: dos plantas, hall de ingreso, cuatro habitaciones, cuatro baños completos (uno en suite), jacuzzi, vestidor, dos livings amplios, barra espejada, gran cocina comedor con desayunador, sala de estar, kitchenette, lavadero, garage conectado al patio, piscina, quincho techado, tres balcones (uno interno), detalles en mármol.

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En 1997, Martha Meza dejó la casa de Julio A. Roca al 1265 y se mudó a esa, un obsequio de Carlos Saúl Menem que la diputada puso a nombre de sus tres hijos. A fines de 2003, después de una breve estadía por Buenos Aires en aquel intento de retomar la carrera de Abogacía y cuando su madre ya había muerto, Carlos Nair se instaló en esa casa con Ciro, su perro rottweiler.

El custodio Florencio Acevedo, apodado Chore, fue con él. Carlos Saúl Menem ya no era Presidente pero igual financiaba al guardaespaldas. En la vereda, estacionada, estaba siempre la coupé Mitsubishi GT 3000 VR4, deportiva y dorada, el auto de sus sueños. Carlos Nair había podido comprarlo a los 23 años con la venta de algunas cosas y dinero que le enviaba su padre -dos mil pesos por mes- o que le daba su hermana, Adriana Bermani.

Un día impreciso de alguna semana del año 2006 , en esa casa de la calle Salta, Carlos Nair tomaba tereré mezclado con Lasix, un diurético. Era una furia, un esqueleto sentado con las piernas abiertas en uno de los sillones del living. La noche anterior había ido al casino y despertó cuando la tarde era un vapor. Su madre estaba muerta, con su padre no tenía contacto y sus hermanos Luis y Adriana estaban lejos, en Pirané.

Pero lo que le pesaba era no tener plata, y ahí no quedaba nada por vender. Donde habían estado empotrados los acondicionadores de aire había agujeros: primero había vendido uno, después otro. Así se fueron los diez que enfriaban la casa y quedaron los huecos. También había vendido su computadora, muebles, motos, ropa y la alfombra de una de las habitaciones. Del sobrepeso no quedaban rastros: era un espantapájaros, pura clavícula. “Yo me voy a matar”, le dijo ese día a Olga Fantin, su tía del corazón y amiga íntima de Martha Meza, que estaba en la casa. Después se metió en la cocina, agarró un vaso y volcó en él el contenido de una pipeta para desparasitar perros. Olga Fantin lo observaba desde la cocina pero no intervino.

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Decidió, en cambio, llamar a Chore, el custodio, que en ese momento estaba en la planta baja. “Vení que Carlitos se está por mandar una cagada”, le dijo. El custodio subió los cuatro escalones que lo separaban del living mientras Carlos Nair volvía a sentarse en el sillón. Chore y Olga vieron cómo tomaba un sorbo de tereré y después un trago del vaso que había llenado en la cocina.

“¿¡Qué te metiste en la boca Carlitos!? ¡Abrí la boca y escupí!”, gritó Olga mientras corría al living. Pero Carlos saltó del sillón como un puma y se encerró en el baño. Chore se desesperó -su responsabilidad era que a Carlos Nair no le pasara nada- pero no quiso llamar a la policía. Olga golpeó la puerta del baño, le pidió que saliera, que vomitara, que escupiera, que le hablara.
Pero Carlos no respondía. Entonces Olga llamó a la comisaría y en minutos la cuadra se colmó de patrulleros. El comisario convenció a Nair de que abriera la puerta del baño y sometió al custodio a quince días de arresto por no avisar.

-Tomó un antiparasitario para perros -dice Olga, en la cocina de su casa en Formosa-. Ese día se lo había pasado puteando porque no tenía plata. (…) Al final vomitó en el inodoro. Yo estuve tres días para sacar el olor del baño.(…)
En 2005, y por minoría, Carlos Saúl Menem ganó una banca como senador nacional por su provincia, La Rioja, y después de seis años volvió a ocupar un cargo político. Nair, en tanto, estaba entre la náusea y el ayuno: cada vez más delgado, pasaba días sin comer, saciando el hambre con tereré o dándose atracones que luego vomitaba. Se automedicaba con ansiolíticos. Se escapaba de la custodia, pasaba horas en el casino. Ya no tenía qué vender y contrajo deudas (…)

Fue uno de esos días, a fines del año 2006, cuando un productor de Endemol lo tentó para entrar al reality show Gran Hermano, en su versión “famosos”, que se emitiría por Telefe al año siguiente.
-Él me preguntó a mí qué me parecía -dice Olga- y yo le sugerí que primero hablara con el padre. Carlitos llamó a Ramón Hernández y le pidió que le pasara con él. Como había puesto el altavoz, yo escuché que Menem le decía que si lo divertía, que fuera.

-¿Y vos qué pensabas?
-Y… para mí era una oportunidad para que el padre lo reconociera. (…) Para cuando se produjo el llamado de la productora, el juicio de filiación tenía novedades. El 31 de octubre de 2006, el juez Francisco Orella falló a favor de Carlos Nair y le adjudicó la paternidad a Carlos Saúl Menem. La sentencia se basó en una “presunción de paternidad” ante la negativa del ex Presidente a realizarse los estudios genéticos.

Orella también consideró que había pruebas suficientes -sobre todo, material fotográfico- para establecer el vínculo entre el padre y su hijo, por entonces de 25 años. Pero Ramón Juárez, el abogado designado por Menem, apeló la sentencia y la causa de filiación pasó al Tribunal de Familia de Formosa. Carlos Nair tenía que volver a esperar. (…)

Gran Hermano se convertía en la chance de lograr lo que ansiaba: el reconocimiento legal y público de su padre. Cargaba el peso de la herencia en el rostro (…) El 13 de mayo de 2007, Carlos Nair entró a la casa de Gran Hermano Famosos. (…)

Mientras duró el encierro, Carlos Nair se mostró como el último eslabón del linaje Menem. Contó parte de su historia durante una madrugada, en penumbras, a la actriz Fernanda Neil. Dijo que desde los once años había tenido que asumir responsabilidades, que a esa edad entendía “cosas de grandes”, que se escapaba al monte para evitar el asedio de la prensa y que, aunque lo escudaba un apellido que no podía usar, jamás había “reventado” a nadie.
Entre susurros, boca arriba en la cama de la actriz que lo miraba atenta, Nair dijo: “De pendejo me encerraba en mi pieza solo, ¿entendés? Y lloraba… re mal lloraba. Y venía mi mamá y me decía: «¿qué te pasa, hijo? Yo sé que esto es difícil”. Y yo: “si mamá, no te preocupes, está todo bien”, decía. Lo máximo que le decía era por qué carajo tenés que estar en política y por qué mi viejo tiene que ser Presidente, la puta madre».

El público empezaba a conmoverse con su historia además de confirmar el parecido con su padre, que era indiscutible. (…)

El 16 de julio de 2007, Carlos Saúl Menem admitió, sin esquivar la picardía, que Carlos Nair era su hijo. Fue en el noticiero de Telefe, cuando el ex Presidente ocupaba una banca como senador y estaba en campaña para volver a gobernar La Rioja. De inmediato, el Tribunal de Familia de Formosa libró un oficio a Telefe.

Quería que el canal remitiera al Juzgado esas imágenes para incorporarlas como prueba a la causa, que ya llevaba siete años. Pero Nair no se enteró de que su padre lo había reconocido públicamente hasta que salió de Gran Hermano, la noche del 24 de julio de 2007, semifinalista y expulsado por el público con el 54,5 por ciento de los votos, después de setenta y tres días de encierro.

Jorge Rial, el conductor del ciclo, lo recibió en el estudio. Carlos Nair intentaba bajar de la pasarela mientras era tironeado por sus fanáticas. Atravesó una voluta de humo artificial y una música de violines. La tía Olga -pelo planchado, saco de piel- lo abrazó como si volviera de una guerra. Rial lo invitó a que se sentara en una banqueta y le indicó que mirara el monitor. Y allí, en el monitor, pudo ver que su padre había dicho “es mi hijo”.

Carlos Nair lo observó con los ojos cautivos, como si viera por primera vez algo que había visto siempre. Cuando lo escuchó decir “es mi hijo”, se golpeó el pecho y clavó los ojos en el techo del estudio. Después dijo que ese gesto había sido un tributo a su madre, Martha Meza. Esa noche, su tragedia individual había terminado.

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