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¿Chaya es sinónimo de Borrachera y Suciedad?

La Secretaría de Cultura de La Rioja organizó un concuso de Microcuentos por La Chaya, y cuando dio a conocer los premios se desató la polémica. Es que el máximo galardón fue para un cuento que habla de la Chaya como la ‘oportunidad’ del riojano para emborracharse. La ‘violencia de género’ también merodea en la poesía. Entra a la nota, leé el cuento ganador y dejanos tu opinión.

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Los premios entregados por la Secretaría comandada por Víctor Robledo desataron la polémica y el debate, a tal punto que medios nacionales se hicieron eco del tema:

Las 9 oraciones sobre la Chaya que enfurecieron a muchos riojanos, pero despertaron el aplauso de miles

Un concurso de microcuentos basado en la popular fiesta de Carnaval logró que toda la provincia hable de violencia de género

Por Juan Parrilla (Infobae)

La Chaya caracteriza como pocas cosas a La Rioja. Es una fiesta heredada de los diaguitas en honor a la Pachamama. En cada ciudad, en cada pueblo, en cada barrio de la provincia se organizan los tradicionales «topamientos», en los que se cortan las calles, se improvisan escenarios para los músicos y entre cantos, saltos y bailes, los cuerpos se embadurnan con harina, barro, albahaca, pintura y vino. Nadie hubiera imaginado que un concurso literario sobre la Chaya generaría semejante revuelo.

El provocador microrrelato que ganó el concurso Te cuento la Chaya, organizado por el gobierno provincial, tiene apenas nueve oraciones. Se llama Yo mujer y lo escribió María Mercedes Coni Molina. Vale la pena tomarse 30 segundos para leerlo:

Cómo odiaba el sonido de los coyoyos. No porque anunciaran la llegada del verano, sino que eran el preludio del Festival.

Los coyoyos chumados de algarrobas.

El hombre se iba a buscar changas y volvía impregnado del olor a vino, se tumbaba en el catre, la boca entreabierta, roncando. Entonces, hurgaba en sus bolsillos buscando una moneda que nunca hallaba.

Ojos enrojecidos, agrio el aliento, hediendo el cuerpo, me sometía allí donde yo estuviera.

Años lavando ropas enharinadas y suciedad de muchas noches.

Una mañana, volvió de la Chaya y del rancho encontró solo cenizas. Mis huesos nunca los hallaron.

Alegría, fiesta, carnaval, verano, amistad, música, risas, baile, tambores, cultura. Nada de eso que tradicionalmente define a la Chaya está en la breve crónica que eligió el jurado compuesto por tres varones. Es, quizás, la antítesis de lo que viven miles de riojanos cada febrero: una mujer que asocia la Chaya con el después del festejo, con su pareja borracho, con la ropa sucia, el olor a vino, el cuerpo enchastrado de barro, harina y transpiración, la cara pintada, el sometimiento sexual como la amarga frutilla del postre, y un final en el que no se sabe si la protagonista muere o escapa.

Claro que el debate no tardó en estallar y en las redes sociales y las radios se habló del cuento políticamente incorrecto que asociaba la fiesta más importante de la provincia con la violencia de género.

«Lo lamento para quienes pretenden que la literatura sea siempre bonita, inocente, neutral, políticamente correcta y alejada de la realidad, que cuente historias de princesas y caballeros. Existe otra literatura, y es esta, la que evoca y genera discusión, la que nos interpela», escribió la estudiante Marianela Peña Pollastri, en una incisiva columna sobre el tema en la que destacó que un evento cultural sea tema de debate.

Algunos medios trataron de instalar la idea de que la decisión del jurado no fue bien recibida por «la gente». «Premiaron un cuento que habla ‘despectivamente’ de la Chaya y los chayeros explotaron de bronca», tituló un diario. Sin embargo, nada de eso se vio en las redes sociales. Sí hubo controversias, pero en general las opiniones estuvieron divididas.

La cantante Natalia Barrionuevo fue una de las que disparó contra el microrrelato. «No acepto la idea, ni tampoco que algo tan tétrico y patético diga que es la chaya en febrero. Me da bronca y pena que esas ideas sean premiadas como grandes composiciones. La gente común. El que no es de aquí fácilmente se come la historia. ¿Por qué desde Cultura premiar algo que no tiene esencia, que no habla en sí del febrero que vivimos? Hay tanto por decir y contar, y eligen lo que mancha», escribió la artista en un mensaje pésimamente redactado. Y apuntó a la protagonista del relato: «Eso es la vida misma de quien se sienta a esperar y hace nada por cambiar la realidad. Del que se queja y no suma. No es chaya. No es febrero». Culpó a la víctima.

En una columna publicada en el portal Puente Alado, una de las coordinadoras del concurso, Adriana Petrigliano, se refirió a otro de los debates, la elección del jurado: Fernando Linetzky, Mariano Medina y Leonardo Oyola. El único riojano era el primero. «¿Puede alguien que no conoce o conoce poco de la chaya, elegir y decidir?», se preguntó la poetisa. Y tras aclarar que era un concurso nacional, para todo el país, contestó: «¿De qué manera, como lectores, estamos capacitados para ‘comprender’ un cuento? ¿Se comprende un cuento? ¿Qué es eso que nos impulsa a seguir leyendo cuando por ejemplo, el personaje de la historia la sufre en la estepa rusa y nada sabemos de ese lugar en el mundo? ¿Quién estuvo en Macondo? ¿Quién cruzó los páramos de Rulfo? Y así, interminables ejemplos».

Lo que es innegable es que la leyenda de la Chaya está lejos de la algarabía que representa a la fiesta. El relato popular reza que una joven diaguita, Chaya, se enamoró del hijo de un cacique, Pujllay, quien se burló de ella y la ignoró. Humillada por un amor no correspondido, la joven escapó a llorar desconsoladamente a las montañas y desapareció. De tantas lágrimas, se convirtió en una nube y desde entonces regresa en febrero, junto a la luna, en forma de una fina lluvia veraniega. Arrepentido, Pujllay la iba a buscar cada verano a las sierras, pero sólo se encontraba con campesinos celebrando la llegada de la cosecha, fundamentalmente de algarrobo. El príncipe murió ahogando sus penas en chicha. Nunca pudo pedirle perdón. Otra versión indica que la tribu de Chaya lo persiguió, lo quemó vivo y lo enterró. Por eso se lo simboliza como un muñeco de trapo al que se lo prende fuego el último día de los festejos.

Por otra parte, el contexto del debate no es menor. De la mano del «Ni Una Menos» y la instalación del tema a nivel nacional, en los últimos tiempos hubo algunos casos puntuales que forzaron la discusión sobre violencia de género en La Rioja. La agenda la marcaron, entre otras causas, una denuncia por violación contra un sobrino del ex presidente Carlos Menem, un famoso tatuador procesado por viralizar fotos de su ex novia desnuda y el femicidio de una mujer a la que en la Fiscalía de Violencia de Género le habían dicho que vuelva después de las vacaciones. Pero aún así, el acento -muchas veces- se sigue posando sobre la víctima. «¿Por qué María Emilia había ido a al after en el que la violaron?» «¿Por qué Paula se dejó filmar desnuda por su pareja?» «¿Por qué Deolinda tuvo hijos con el tipo que la terminó matando?». Las preguntas que revictimizan siguen pululando en el aire. Y posiblemente mientras sigan arraigadas, seguirá habiendo microrrelatos como Yo mujer.

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