Volvió Cristina después de un mes y medio. Regreso estudiado, filmado con dos cámaras, iluminación impecable, una presentación y arreglo personal cuidado hasta el detalle mínimo, el toque de informalidad justo en ella para ahuyentar las incertidumbres y presagios oscuros sobre su salud. Calidez y simpatía en su voz y sus gestos. Cristina La Buena, el personaje que le dio más éxitos en su relación con la sociedad y que tantas veces tan fácil archivó cada vez que se metió en los fragores de la política.
Esa Cristina que por fortuna volvimos a ver anoche tan compuesta, en términos políticos, y no necesariamente personales, es la misma Cristina que se ausentó desde el día que la llevaron con premura a la Fundación Favaloro. Esa ausencia le permitió, sin buscarlo, estar fuera de escena el día de la elección en la que su Gobierno y su fuerza política fueron derrotados de manera contundente.
Ella volvió con sonrisas, pero a esa hora ya había descabezado a algunas de las figuras formalmente centrales de su gabinete. Cambios de nombres que, a esta hora y en una primera impresión necesariamente precaria, significan básicamente más de lo mismo.
Jorge Capitanich es el nuevo jefe de Gabinete. En una interpretación libre puede decirse además que sería el hombre que Cristina elige como posible candidato presidencial para 2015. La Jefatura de Gabinete, en esta etapa declinante del ciclo kirchnerista, es un lugar de construcción para quien la ocupe.
En un Gobierno que viene de perder una elección, Capitanich, gobernador del Chaco, vicepresidente del PJ, también jefe de Gabinete en la presidencia de Eduardo Duhalde, necesita darle a la Casa Rosada el espesor político que nunca consiguió otorgarle Juan Manuel Abal Medina, un propagandista fiel y tenaz pero sin capacidad para articular política, algo bien distinto a dar órdenes a subordinados.
En Economía, el que queda a cargo es Axel Kicillof. Era el viceministro pero mandaba más que Hernán Lorenzino, su teórico superior jerárquico. Mandaba, sobre todo, porque Cristina lo escuchaba. Hace unas cuantas semanas Guillermo Moreno le dijo a empresarios, con los que se reunió acompañando a Kicillof: «Les presento al futuro ministro de Economía». Moreno sabía de lo que hablaba. Nadie habla de que Moreno se vaya. A eso se le llama más de lo mismo. Aunque la economía, su desmanejo, los errores de diagnóstico y hasta de falta de sentido común, hayan tenido tanto que ver con la derrota electoral. Kicillof viene fogoneando el desdoblamiento del mercado cambiario, para poner algún freno a la caída estrepitosa de reservas. Se supone que habrá nuevas medidas, algún reconocimiento a los problemas severos que enfrenta el Gobierno y que si no encuentran corrección eficaz pueden comprometer a la sociedad antes aún de diciembre de 2015.
Más difícil es esperar cambios de rumbo. Los gobiernos llegan al poder, y tienen éxito, con una fórmula determinada. Cuando les va mal no cambian: le echan la culpa a otros, a factores extraños, a la mala comunicación, a que la gente no entendió, o que las medidas -en realidad rechazadas por el electorado- fueron aplicadas sin la profundidad suficiente. Con gradaciones distintas eso es lo que hemos visto en treinta años de democracia. Cristina no parece ser la excepción, sino en todo caso la confirmación vociferante de la regla.
ABAL MEDINA, EL GRAN PERJUDICADO
Fueron los dos que quedaron más heridos con los cambios de ayer. Para Hernán Lorenzino hubo salida elegante como embajador en la Unión Europea. Lo de Juan Carlos Fábrega del Nación al Central podría leerse como un ascenso. Pero para Juan Manuel Abal Medina y Mercedes Marcó del Pont no hubo premio consuelo.
Heredero de un apellido que retumba en el peronismo combativo y con pergaminos académicos propios, Abal Medina comenzó sus paso por la función pública en tiempos de la Alianza. Como otros frepasistas que se reciclaron en el kirchnerismo, fue secretario de Gestión Pública de Néstor Kirchner, vicejefe de gabinete de Cristina y mano derecha de Néstor Kirchner en la conducción de Unasur durante su último año de vida y luego secretario de Comunicación Pública y Jefe de Gabinete desde diciembre de 2011.
Acotado a correa de transmisión presidencial, no logro brillo al interior del gabinete ni ganó autoridad como interlocutor de los gobernadores ni mucho menos con la oposición. Hasta debió compartir con La Cámpora el manejo del expansivo presupuesto de comunicación pública bajo su mando.
Marcó del Pont era otra con respaldo académico, en su caso en la Economía. Se sumó al tren kirchnerista como diputada en 2005, pasó a la presidencia del Banco Nación en 2008 y saltó al Central en 2010, después de la traumática salida de Martín Redrado.
Se convirtió en mujer de confianza y consulta para la Presidenta y logró legislación que le otorgó mayor autonomía al Central. Esa fue su suerte y su calvario: no tiene en quién descargar culpas por la caída en picada de las reservas.
Nombrada en comisión, el oficialismo no mostró interés en confirmarla en el Senado, quizás para quedara a tiro de decreto, como al final ocurrió ayer. En el Gobierno, algunos creían anoche que Abal y Marcó no se quedaran con nada. Dicen que habrá que esperar.