VISITA DE FRANCISCO
La visita del papa Francisco a Brasil no solo mostró el poder de convocatoria del carismático pontífice argentino, sino que puso en evidencia las serias dificultades que tiene el país de la samba para organizar eventos de gran magnitud.
A menos de un año para que Brasil sea sede del Mundial de Fútbol y a tres años para que Río de Janeiro organice los Juegos Olímpicos del 2016, la Jornada Mundial de la Juventud demostró que la nación atlántica no está a la altura de su nueva estatura como potencia emergente tras una década de fuerte crecimiento económico.
La Jornada Mundial de la Juventud –que reunió ayer a más de 3 millones de personas en la playa de Copacabana– fue una especie de ensayo general a la Copa del Mundo y a los Juegos Olímpicos, y el resultado final fue desaprobatorio.
La falta de seguridad, el desorden y la ineficiencia de los servicios públicos, entre otros aspectos, hicieron pasar más de un mal rato a los miles de fieles de 190 países que llegaron a Río para ver al Papa.
Las autoridades intentaron minimizar los problemas declarando feriados públicos y acordonando enormes zonas de la ciudad durante la visita, complicando el tráfico para todo el mundo.
Los feriados –un recurso al que también se echará mano durante los eventos deportivos– fueron criticados porque afectaron la economía local.
La lluvia también les jugó una mala pasada a los cariocas, que se vieron obligados a cancelar algunos eventos.
ALEMANIA VS ARGENTINA
Eufóricos, decenas de miles de argentinos agitan banderas albicelestes en la famosa playa de Copacabana durante la final de la Copa del Mundo, y los brasileños les responden al grito de “¡Alemania!”, el equipo que apoyarán.
Muchos brasileños prefieren que gane Alemania, que los masacró en la semifinal con siete goles (7-1), a entregar la Copa a su archirrival histórico Argentina en el icónico estadio Maracaná de Rio.
Unos 25.000 hinchas sin boletos para ver la final en el estadio se apiñan frente a la pantalla gigante del ‘Fan fest’ de la FIFA instalada en las arenas de la playa de Copacabana. Decenas de miles más, en su mayoría argentinos, se han concentrado en los bares de alrededor, reteniendo el aliento en cada jugada.
Los argentinos han llegado en masa a Rio, viajando miles de kilómetros en coche, viejos autobuses o caravanas, y hasta en bicicleta o haciendo ‘autostop’ para ver realizado su sueño de ganar su tercera Copa del Mundo.
En tierra brasileña, no dudan en provocar a los anfitriones con una canción que repiten una y otra vez y que asegura que “Maradona es mejor que Pelé”.
En grandes grupos, pasan frente a los brasileños y comienzan a gritar todos juntos, a todo pulmón: “¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco…!” hasta diez, la cantidad de goles que Brasil se comió en dos partidos, contra Alemania primero y luego en su derrota por 3-0 frente a Holanda que los dejó en cuarto puesto.
A metros del ‘Fan Fest’, un joven argentino envuelto en la bandera de su país ha cubierto con arena a un amigo y lo ha tapado con una bandera brasileña, en una suerte de entierro simbólico del fútbol brasileño.
En medio de la marea albiceleste, los primos Guilherme Limeira y Luiza Tendler, brasileños de veintipocos años, se pasean con las mejillas pintadas con la bandera alemana.
“No quiero que gane Argentina porque si no cada vez que vaya de viaje se burlarán de mí”, dice este estudiante de ingeniería de Recife (noreste), que viste asimismo la camiseta de Alemania.
“De Argentina me gusta todo, menos el fútbol. Es que somos muy parecidos”, comenta su prima.
“Estamos en una coyuntura complicada. Tenemos la opción entre nuestro verdugo (Alemania) o nuestros rivales históricos, los argentinos”, explica Francisco Silva, un empleado público.
“Voy a elegir a Alemania”, explica al tomarse el metro hacia Copacabana cerca del Sambódromo, que la alcaldía de Rio ha abierto para que miles de argentinos estacionen allí sus coches y caravanas y monten sus carpas.