Ni la persistente lluvia, ni el intenso frío pudieron contra el entusiasmo desbordante de 200 mil personas que se congregaron ayer a la mañana en torno al imponente santuario de Aparecida para ver al Papa Francisco.
Apenas resguardados por paraguas multicolores que le daban a la multitud un aspecto singular, los estoicos fieles le tributaron una cálida acogida al pontífice argentino, que no los defraudó con gestos de cercanía como la clásica actitud de detenerse a su paso en el papamóvil para besar niños, que en Francisco es ya una marca registrada, lo que provocaba una ovación. Y con palabras cálidas como las que expresó al final de la visita, desde el balcón del santuario, cuando entabló una suerte de “diálogo” con la muchedumbre que lo ovacionaba, contestaba sus preguntas, agradecía las bendiciones.
Francisco no sólo hizo honor a su estilo cercano y directo. Sino que también volvió a apelar a su forma sencilla, pero contundente, para expresar sus conceptos, durante la homilía de la misa que ofició en la basílica. Y ratificar la necesidad que ya ha proclamado hacia los católicos de vivir la fe con alegría, y no de manera triste.
“El cristiano es alegre, nunca triste. Dios nos acompaña”, dijo. En ese sentido, señaló que “el cristiano no puede ser pesimista. No tiene el aspecto de quien parece estar de luto perpetuo. Si estamos verdaderamente enamorados de Cristo y sentimos cuánto nos ama -completó- nuestro corazón se inflamará de tanta alegría que contagiará a cuántos viven a nuestro alrededor”.
Francisco había partido a la mañana desde la residencia arzobispal de Sumaré, en Río de Janeiro, rumbo a este famoso santuario, distante unos 170 km de San Pablo. Inicialmente, estaba previsto que su desplazamiento fuese en helicóptero, pero por el mal tiempo debió hacerlo en avión hasta la localidad de San José dos Campos, donde, sí, abordó un helicóptero.
Próximo al santuario, se subió al papamóvil saludando a su paso. Al llegar al templo, rezó en la capilla de los Doce Apóstoles ante la imagen de Nuestra Señora de Aparecida, patrona de los brasileños. Hay una historia muy particular en torno a esta Patrona. La imagen fue encontrada en 1717 en dos partes, primero el cuerpo y después la cabeza, por unos pescadores en el cercano río Paraiba. Desde entonces, suscitó una veneración que determinó que en la actualidad visiten el santuario anualmente once millones de devotos.
Apenas 12.000 fieles pudieron entrar al imponente templo. Lo lograron luego de pasar toda la noche a la intemperie en medio de las inclemencias del tiempo. Recién a las 7 de la mañana se permitió el ingreso.
Entre quienes pudieron entrar se contó una familia argentina –papá, mamá y tres chicos– de la localidad bonaerense de Carlos Casares. Lo hicieron tras recorrer en auto 3.000 kilómetros, pero eso no fue suficiente. Lograron instalarse a pocos metros de la puerta principal a las 4 de la tarde del día anterior. La temperatura aquí no ha sido muy benevolente. “Nos helamos y nos empapamos, pero Francisco lo vale”, dijo la mujer, Ana Alvarez.
En la homilía, el Papa retomó –como lo viene haciendo desde el vuelo que lo trasladó a Brasil– la problemática de la juventud, sus anhelos y angustias, en línea con el motivo principal de su viaje a Brasil: presidir la Jornada Mundial de la Juventud.
“Es cierto que hoy en día, todos un poco, y también nuestros jóvenes, sienten la sugestión de tantos ídolos que se ponen en lugar de Dios y parecen dar esperanza: el dinero, el éxito, el poder, el placer”, dijo. Agregó que “con frecuencia se abre en el corazón de muchos una sensación de soledad y vacío, y lleva a la búsqueda de compensaciones, de estos ídolos pasajeros”. Pero remarcó con énfasis que Dios es la verdadera esperanza porque “nunca nos abandona”.
Al final de la misa, cuando todo parecía que concluía sin más, Francisco sorprendió apareciendo en el balcón de la basílica para saludar a la multitud y dirigiéndose en un tono muy coloquial a la feligreses. Por lo pronto, les dijo que no hablaría en portugués porque “no sé hablarlo”. A renglón seguido, les agradeció la presencia y le pidió a la Virgen que “los proteja a todos ustedes y a su patria”. Y agregó: “Para saber si me entienden: les pregunto si ustedes creen que una madre abandona a sus hijos”, a lo que la multitud en el acto respondió con un contundente: “¡¡No!!” Y el Papa entonces, remató: “La Virgen tampoco abandona a ninguno de nosotros”.
Al final, antes de impartir la bendición, sorprendió con un anuncio: “Me comprometo a volver a este santuario en 2017”. Los presentes se mostraron felices, pero muchos sin saber por qué había elegido esa fecha. En verdad, lo hizo porque dentro de cuatro años se cumplirán los tres siglos de la aparición de la imagen de la Virgen.
El santuario de Aparecida tiene una significación adicional para Francisco. En 2005, el entones cardenal Bergoglio, jefe de la Iglesia argentina, presidió la comisión redactora del documento de fuerte perfil social de la conferencia de obispos de América Latina que sesionó allí. Su actuación fue muy celebrada por sus colegas y, para muchos, cimentó el camino hacia su elección como Papa. En el documento se pueden encontrar muchas claves de su concepción de una Iglesia popular y cercana a la gente que ahora está proponiendo.
Finalmente, Francisco abordó el papamóvil, y en medio de los vítores de la concurrencia, se dirigió al seminario local para compartir un almuerzo con la comunidad religiosa. Pero en el camino, otra vez haría detener varias veces el papamóvil para besar niños, tensando los nervios de la seguridad. También en el aeropuerto, antes de partir de regreso a Río, se acercaría a pie hasta la gente para saludarla.
Un periodista del diario Folha de San Pablo bromeó al caer la tarde en Aparecida: “El viaje del Papa a Brasil recién está promediando pero ya logró el milagro de que todos los brasileños quieran a un argentino”.