POR JOSE CESCHI
¡Buen día! Cuando apareció el fenómeno Sida entre los homosexuales, muchas fueron las voces que se levantaron para decir que Dios castigaba con esa pena los pecados de sodomía. No faltaron predicadores que recordaron el bíblico castigo a las ciudades de Sodoma y Gomorra.
Con el tiempo fueron cayendo víctimas del Sida otras personas que nada tenían que ver con prácticas sexuales; incluso inocentes criaturas que, ya en su tiempo de gestación, se contagiaban del mal. En este caso hay quienes siguen pensando en el Sida como un castigo divino, y dicen que las víctimas inocentes son las consecuencias de los pecadores ajenos.
Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿es un castigo de Dios? Para mí, como sacerdote, sería fácil cargar las tintas en esta dirección. A fin y al cabo, el ministerio de uno está, entre otras cosas, para anunciar el Reino de Dios (es decir, todo lo bueno) y denunciar lo que se opone a él (es decir, todo lo malo).
Creo que la respuesta no es ni necesariamente afirmativa, ni necesariamente negativa. En el primer caso, porque nadie puede saber con exactitud si es un castigo infligido, en cada caso, directamente por Dios, o simple consecuencia de conductas, sean personales o ajenas. En el segundo caso, porque, mal que nos pese, Dios también castiga; aunque no siempre sepamos cuándo ni a qué personas en concreto.
Lo que sí sabemos es que el Sida es una enfermedad que se va multiplicando sin cesar. Hace un tiempo el país más desarrollado y con más fuerza económica -los EE.UU.- pasó a ocupar el primer puesto entre los enfermos de ese mal. En la Argentina, las cifras de portadores asintomáticos y declarados se expanden.
Dejemos de lado, provisoriamente, la idea de que el Sida sea un castigo divino. Aun así, sigue siendo muchas veces el viejo pensamiento que tal vez usted conoce: “Dios perdona siempre, los hombres cada tanto, la naturaleza nunca”…
¿Lo charlamos en familia?
¡Hasta mañana!