El evento organizado en el Parque Lezama el pasado 28 de septiembre será recordado no por su multitudinaria convocatoria o sus impactantes anuncios, sino por exponer las carencias de una administración que parece hundirse en su propia inoperancia. Karina Milei, la hermana del presidente y hasta ahora su mano derecha en las sombras, decidió dar un paso al frente y organizar un acto cuyo único fin parecía ser exhibir el poder del clan Milei. Lo que logró, sin embargo, fue otra cosa: un escenario vacío de contenido, una puesta en escena desangelada y una alarmante debilidad política, agravada por la situación social del país.
La elección de Parque Lezama para un acto que pretendía ser relevante no fue un capricho. El anfiteatro, con una capacidad de 5.500 personas, quedó lejos de ser colmado, aun cuando se apeló a las clásicas estrategias de movilización de sindicatos rentados y transportes gratuitos. «Vino menos gente que en 2021», confesó sin filtro un dirigente libertario cercano al entorno del presidente. La imagen fue demoledora: un presidente expuesto en un escenario que parecía más un acto sindical que una muestra de poder, mientras afuera, la pobreza alcanzaba niveles no vistos desde el 2001.
Las cifras son elocuentes. En solo ocho meses de gobierno, Javier Milei ha sumado más de 5 millones de nuevos pobres. Este índice de pobreza, revelado apenas 48 horas antes del acto, confirmaba la catástrofe social que su gestión ha generado. Sin embargo, lejos de reconocer la gravedad de la situación, el presidente se limitó a sus habituales descalificaciones, esta vez dirigidas contra los encuestadores, a quienes culpó de manipular su imagen pública. El acto, según su propio discurso, parecía tener solo un destinatario: su hermana Karina.
Lo que quedó claro es que el evento fue organizado para ella. La habilitación nacional del sello La Libertad Avanza fue el regalo de cumpleaños que Karina esperaba, y el acto en su honor, una celebración personal disfrazada de evento político. La confusión en los roles entre el presidente y su hermana quedó en evidencia cuando ella misma, en un discurso mal leído y lleno de lugares comunes, proclamó que era hora de «llevar la antorcha de la libertad a cada rincón del país». Una frase hueca que resonó como el eco de un gobierno sin rumbo y que, paradójicamente, reflejó la impotencia de una administración incapaz de conectar con la realidad del país.
Este acto, que debía funcionar como una especie de ensayo para el lanzamiento de Karina Milei como candidata a diputada nacional por la provincia de Buenos Aires en 2025, terminó siendo un rotundo fracaso. Pero el problema es más profundo. La exposición de Karina revela una estrategia de poder dinástico que desafía los principios republicanos. Javier Milei, quien en algún momento sostuvo que reportaba únicamente a su hermana, ha construido un gobierno donde el nepotismo no es solo una práctica, sino un principio rector.
La concentración de poder en Karina Milei recuerda a los peores episodios de la política latinoamericana. Su ascenso, forjado en las sombras y ahora llevado a la luz, se apoya en alianzas con sectores peronistas que poco tienen que ver con la propuesta inicial libertaria. La incorporación de viejos punteros políticos, como Sebastián Pareja, y la cercanía a figuras del menemismo refuerzan la idea de que este proyecto es, en realidad, una mezcla de oportunismo y ambición personal, sin ninguna verdadera innovación para ofrecer al país.
No es casual que, mientras Karina Milei organizaba su fiesta personal en Parque Lezama, el distanciamiento entre Javier Milei y su vicepresidenta, Victoria Villarruel, se hiciera más evidente. La ruptura entre ambos es un secreto a voces dentro del oficialismo. El intento de sustituir a Villarruel con Karina no solo refuerza la centralidad de la hermana del presidente, sino que también evidencia la falta de figuras sólidas dentro de un gobierno que, a estas alturas, parece depender exclusivamente de la imagen de la familia Milei.
Pero el gran problema de fondo es la desconexión entre el gobierno y la realidad del país. Mientras Javier Milei sigue hablando de una «fiesta de sinceramiento» que incluye subas de tarifas, devaluaciones y despidos masivos, la pobreza crece sin freno, y los pequeños y medianos empresarios cierran sus puertas. No hay plan económico, no hay proyecto de desarrollo, y lo que se exhibe en actos como el de Parque Lezama es solo un vacío discursivo cubierto por slogans libertarios que ya nadie toma en serio.
El acto del 28 de septiembre no fue un error de cálculo o un problema de organización. Fue una metáfora del gobierno de Milei: una administración basada en la improvisación, el nepotismo y la desconexión con la realidad. Karina Milei, quien hasta ahora se mantenía en las sombras, ha pasado a ocupar el centro de la escena, pero lo hace con la misma falta de propuestas que caracteriza a su hermano. El futuro de la Argentina bajo esta dinámica parece cada vez más sombrío. Mientras el presidente sigue insistiendo en su cruzada contra las instituciones y los organismos internacionales, su hermana se prepara para encabezar la lista de diputados nacionales, en lo que parece ser el comienzo de un proyecto familiar que no tiene nada que ofrecer a un país que se desmorona.
La Argentina, una vez más, está en manos de una familia que confunde el poder con el derecho divino. Lo que comenzó como una promesa de cambio, hoy se revela como un triste espectáculo de vanidad y ambición personal. El país necesita mucho más que eso.