Dice textualmente la carta de despedida del obispo Rodríguez:
La Rioja, 27 de agosto del 2013
En el momento de mi despedida, quiero llegar al Pueblo de Dios que está en La Rioja, para dejarles una última reflexión que hoy impulsa mi espiritu interior en visperas de mi alejamiento.
Al asumir en julio de 2006, en mi homilía de ingreso a la Diócesis puse dos metas, que en el acontecer histórico de la vida diocesana resumirían la preocupación fundamental de mi servicio pastoral: la contemplación del rostro de Cristo y la unidad en la diversidad, para que toda la Iglesia de Dios pueda ser un auténtico testimonio en el acontecer del mundo de hoy y fuera también una respuesta profunda a los desafios presentes.
La Iglesia, guiada por el Espiritu Santo, sin su Fe en Cristo y bebiendo en sus sentimientos, (Cfr Fil2,5) sería -como nos dice el Papa Francisco- una ONG piadosa. En las reservas valiosas del pueblo riojano de una piedad popular profunda, que alienta en todo momento su vida, se requiere pasar siempre de una fe homenaje a una fe encuentro. Un encuentro profundo con Jesucristo, que es capaz de trasformar siempre un corazón de piedra en un corazón de carne… (Ez. 36,26) Es precisamente esa actitud la que debía impulsar toda acción pastoral, toda proyección de la Iglesia en el mundo, en el cual se inserta vitalmente. Con ese espiritu transitamos estos siete años juntos, y las celebraciones festivas que el mismo Pueblo de Dios tiene muy arraigado en su cultura de todos los tiempos, son las manifestaciones más espontáneas de la alegría de vivir su fe y que experimenté en tantos lugares de La Rioja profunda.
Por otra parte se hacía necesario ocuparse con ardiente empeño de la unidad de la Iglesia, haciendo efectiva la insistente oración de Jesús al Padre “que todos sean uno, como Tú y Yo somos uno”… (Jn. 17 , 20 – 26) Unidad en el seno de la misma Iglesia y en consecuencia, en el seno de la comunidad toda. Unidad que celebramos en cada Eucaristía. (1Cor.10, 16.17) En ella encuentra su significado y su realización. Fue necesario, entonces, contribuir a la “Cultura del Encuentro” donde la búsqueda de la unidad y un diálogo sereno y maduro, supera el conflicto, que empeña las relaciones humanas y genera en la diversidad no asumida distancias y heridas profundas. Por la exhortación y los gestos hubo una preocupación por superar esas distancias, que permitirían llegar a una paz, en beneficios del bien de todos, en cumplimiento del amor como una capacidad recibida de Dios mismo, “que derramó su amor en nuestros corazones” (Rom. 5,3-8) y que se hace necesario llevarlo a la práctica. Asumir la diversidad en el amor, es la clave de toda convivencia entre los hombres…
Una nueva esperanza se abre para la Iglesia que está en La Rioja con el ingreso de mi hermano en el Episcopado, Marcelo Colombo que el 7 de septiembre asumirá su servicio pastoral. Hacia él nuestra cordial bienvenida, con el compromiso de elevar nuestras oraciones a Dios, para que le conceda la sabiduría y las virtudes necesarias para guiar, enseñar y santificar el noble pueblo riojano, del que llevo un entrañable recuerdo.
Agradezco todas las manifestaciones de afecto y comprimiso recibidas a lo largo de estos siete años, el acompañamiento del clero, de los religiosos y religiosas y de todos los fieles laicos, que desde las diversas comunidades, amaron y siguieron construyendo la iglesia riojana, fecundada con la fidelidad de tantos y con especial memoria de aquéllos que ofrendaron sus vidas por el Evangelio y que regaron con su sangre este suelo bendito.
Ruego a la misericordia del Padre y a la de ustedes, que perdonen aquellas actitudes, omisiones u ofendas que en mi paso por esta Diócesis haya cometido.
Me despido de ustedes con afecto y llegue a todos y cada uno mi bendición apostólica.
Roberto Rodríguez – Obispo Emérito de La Rioja.